El maestro, de Cecilia Rangel
|
Guardaba
sus libros en la mochila y abandonaba el aula mientras él recogía los trabajos
de los alumnos y ponía en orden la mesa. Cada día se cruzaban al salir del
colegio, en la cafetería, en la cola de alguna tienda o cruzando una calle. Ninguno
de los dos dio el primer paso. Nadie, ni ellos mismos, podían permitir que
saliera a la luz lo que sentían.
Pasados
los años, cuando va al cementerio a llevarle flores a su madre, al terminar la
visita, deja caer una rosa en la tumba del profesor, con cuidado de que no la vean,
no vaya a haber malentendidos.
Guardar las apariencias por lo que hay, hubo o pudo haber, no vayan a pensar que hay o hubo.
ResponderEliminarA veces es necesario, siempre es doloroso.
ResponderEliminar