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Dársena del Guadalquivir. Sevilla. |
El agua comenzó a subir, de acuerdo con las
predicciones, y fue inundando el puerto fluvial, las atarazanas, el arenal,
Triana, la Alameda y otros barrios aledaños al río. Poco a poco los habitantes
de la ciudad abandonaron los locales, las tiendas y las plantas más bajas, para
acomodarse en terrazas y pisos altos. Llegó el momento en que en la ciudad solo
se veían la cúpula de la Torre del Oro, algunos campanarios, la Giralda y los
rascacielos de los barrios periféricos.
Con el paso del tiempo, la población se acomodó a
su nuevo hábitat. Los primeros síntomas fueron la aparición de branquias y
desarrollo de sindactilia, con lo que pudieron volver a ocupar las casas
inundadas. Desarrollaron las aletas dorsal y caudal, y cubrieron su piel de
escamas plateadas, Llego el momento en que no eran distinguibles de los albures
que tanto abundaban en el río.
Cuando, con el cambio de ciclo, las aguas
volvieron a bajar, los habitantes de los pisos altos, conocidos como monos, intentaron
volver a tierra, los albures, se negaron a abandonar los terrenos
conquistados y se inició una lucha desigual en la que los últimos perdieron la
batalla ante el potente ejército de hombres armados con toda clase de cañas de
pescar, redes y otros aparejos de pesca.
Los que se adaptaron vivieron felices bajo el agua.
ResponderEliminarLos que no quisieron,no supieron o, simplemente, no se les apeteció, comenzaron a mirarlos con desprecio, con envidia, con odio.
Lo siguiente fue sacar las armas y dejar muerte, destrucción e inservible tierra quemada.
Cada uno vivió donde creyó que era mejor. El problema surgió cuando al ambiciona lo del otro.
EliminarA todo se adapta la naturaleza y, por tanto, la humanidad.
ResponderEliminarSi embargo, es cierto, al final acaban aflorando los dientes,las garras y los cuchillos.
José Carlos
Ni dientes,ni garras ni cuchillos son intrīnsicamente malos. Depente de la mente que los quiera y la mano que los use.
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