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Playa de la Costilla, Rota. |
Un ligero temblor, casi imperceptible, precedió al
desastre que se avecinaba. En pocos segundos, una gran ola arrasó el pequeño
pueblo pesquero. El faro cayó como si fuera una construcción de papel, el paseo
marítimo y la playa desaparecieron, el espigón dejó paso al embravecido océano,
que arrastró a todas las embarcaciones, la gasolinera del muelle explotó, las
casas cercanas se derrumbaron por la deflagración y la fuerza del oleaje, y se
produjeron cientos de muertos y desaparecidos.
A la mañana siguiente todo volvió a la normalidad. Los barcos se mecían al ritmo
del suave viento de poniente, al faro se alzaba en el espigón, ancianos se
reunían en el paseo marítimo y parejas jóvenes tomaban el sol en la playa
vigilando a sus niños que chapoteaban en la orilla.
Solo faltaba yo, que me quedé en el pasado.
Pero no estabas solo. En ese pasado, en esa terraza, con ese mar, estábamos todos, reunidos y felices.
ResponderEliminarJosé Carlos
El mar siempre estå en movimiento,y nosotros a sus expensas.
ResponderEliminarNo fue una pequeña ola sino una sucesión de ellas, sólo recuerdas la más grande. siguen existiendo olas en ese balcón y en otros sitios
ResponderEliminarMirar atrás no es malo, te ayuda a andar.
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