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Muelle de Rota |
A Otis Redding
Perfectamente simétricos,
inmóviles, salvo un ligero bamboleo de los dedos jugueteando con el agua,
destacan sobre la oscuridad del mar. La pulsera del tobillo izquierdo, rompe el
equilibro y da un toque ambiguo que me produce cierta desazón. No debo moverme,
puede que debajo de la superficie haya vida que esté mirando con apetito mis
dedos.
Así pensaba tras su largo paseo diario, sentada en la escollera,
escuchando música en su walkman. Un leve repunte del oleaje, algo mayor
de lo que el espigón permitía, le llamó la atención. Se quedó inmóvil, como si
esperara que subiera la marea hasta
limpiarle los pies y el ánimo. Vio como el agua se ennegrecía, los barcos
buscaban el horizonte y el graznido de las gaviotas se tornaba amenazador. El
nivel del mar subió, sin que nunca llegara a mojarlo, a pesar de que el agua
cubrió sus pies, rodillas y hombros, hasta sumergirlo en el profundo silencio
que acompaña al ocaso.
El viento arreciaba y sintió frío. Se levantó silbando unas notas de
despedida. Cuando la canción acabó, habían pasado cincuenta años.
Sin embargo, la canción no ha acabado, el silbido persiste a pesar del estruendo del avión.
ResponderEliminarMientras se escuche el silbido no llegara el silencio.
Muchos sonidos se convierten en parte intrínseca de nuestro silencio.
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