Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 31 de mayo de 2019

Érase de un jardinero (Serie mis cuadros - 20)

Compás de la Iglesia de la O. Rota

El compás de la iglesia estaba cuidado hasta el más mínimo detalle. El párroco, don Carlos, lo mimaba como si fuera la antesala del paraíso. La fuente, el empedrado del suelo y las más de cien macetas que, con flores variadas adornaban los muros, lo habían convertido en el lugar de descanso  y oración de los sacerdotes de la parroquia, y de los feligreses que acudían cada tarde.
Don Carlos cada mañana regaba una por una todas las macetas, les hablaba y cantaba, y las nombraba a cada una de ellas por el nombre de un santo de su devoción, como «los niños mártires» que eran margaritas amarillas a la puerta de la sacristía, o «santa Bárbara», un macetón con un inmenso cactus al que solo se acercaba los días de tormenta. Comprobaba el grado de humedad de cada una de ellas, las limpiaba, les arrancaba las hojas o pétalos muertos y, dependiendo del día, se detenía en alguna, para pedirle un milagro o un favor para un parroquiano necesitado, rezar una oración al correspondiente santo o, simplemente, felicitarla en el día de su onomástica.
Pero don Carlos envejecía, comenzó a olvidarse de regarlas, de rezar y de cuidarse, le liberaron de dar misas y de las comuniones, no fregaba el patio que poco a poco se llenó de restrojos, olvidaba el nombre de los fieles, dejó de usar las advocaciones para simplificar con «esa maceta» en vez de santa Marta, «el clavel» por san Fernando,  o «la roja» por santa Águeda. Llegó incluso a olvidarse de sus preferidos, a los que llamaba por su nombre, Juan, Ángela, María, Santiago y Cecilia. Solo recordaba a san Lucas, bajo el arco apuntado del patio, al que seguía pidiendo compasión y salud; y a la más grande, situada sobre la puerta de la iglesia, a la que reverenciaba con un «Dios mío», cada vez que pasaba.
El día que cayó enfermo, lo sacaron de la iglesia y, al pasar por el patio, bajo la maceta grande del portón, miró hacia arriba y quiso rezar, pero se le había olvidado su nombre, Dios. Desesperado, blasfemó justo antes de morir.

6 comentarios:

  1. Triste, muy triste la condición humana con esa terrible progresión de la que pocos se libran. Es, simplemente, cuestión de tiempo.
    José Carlos.

    ResponderEliminar
  2. Te puede anular hasta olvidarte de ti mismo, pero no siempre es así, y si lo fuera, antes o después, los recuerdos la trayectoria personal, hará renacer la biografía y la belleza de cada uno.

    ResponderEliminar
  3. Siempre pensé que eras más artista que médico (que también lo realizas con mucha clase y arte) Me encanta el relato, eres más de letras que de Ciencias

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Bueno, uno hace lo que puede y llega a donde llega. Creo que en mi trabajo soy útil y con mis aficiones me entretengo ¿para qué más.
      Un abrazo y gracias por tu comentario.

      Eliminar
  4. "Has olvidado el rostro de tu padre...", le dirían en La torre oscura. :(

    Muy bueno. Mi madre atraviesa un proceso parecido, la pobre no encuentra las palabras... Debe ser como estar encerrado en una cárcel sin barrotes.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. lo que se puede hacer es disfrutar y hacerla disfrutar de los días que vayan pasando y de las palabras que nos diga o que digamos, y retenerlo todo en la memoria.

      Eliminar