Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 24 de mayo de 2019

Un rincón de la ciudad (Serie mis cuadros - 19)

Plaza de San Andrés. Sevilla

Como cada día, al amanecer, abandono la plaza. Es un lugar noble, antiguo, irregular, abierto al tránsito en un cruce angosto, y cerrado por una iglesia que se eleva orgullosa entre dos callejas. Sus fachadas, más o menos conservadas, ocultan la vida de tenderos, funcionarios, jubilados y huéspedes de un lujoso hotel. En los bajos, tiendas de las de siempre y nuevas franquicias; bulliciosos bares con veladores que llenan el espacio triangular de albero alrededor del cual los camareros pregonan las tapas y los niños corretean persiguiendo a las palomas; y algún otro establecimiento con la tertulia del cigarrillo en la puerta. 
Por la mañana, bien temprano, bajo el trino de los gorriones que anidan en los naranjos y el canto desafinado de las cotorras, se sientan los ancianos de un asilo cercano. Conforme sale el sol, abren los bares y los camareros despliegan las mesas, grupos de amigos, turistas y compañeros de trabajo se sientan, las conversaciones suben de tono, las opiniones sobre el partido del día anterior, las noticias de la mañana, y la cantinela del café y las tostadas; transforman el murmullo inicial en una algarabía. Un coche pasa con reggaetón a todo volumen, abren las tiendas, el cuponero atraviesa la plaza pregonando el número que va a tocar; otro coche con música de cornetas y sin prisa se para en el semáforo; los niños salen corriendo del recreo y ocupan una esquina con sus bocadillos y balones; y un concierto de bocinas alerta sobre un atasco. Las cervezas, almuerzos, cafés y copas, siguen dando vida a las opiniones y bullicio al medio día, un argentino canta a Cafrune, un rumano toca el acordeón, y unos hermanos gitanos tocan la guitarra y las palmas recordando que, a veces, algo se muere en el alma. Un par de horas de descanso hace recuperar cierta tranquilidad a los camareros, tenderos y vecinos, hasta que, al caer el sol, la cerveza, la tapa, el peruano, el rumano y los gitanos reaparecen; el traqueteo del camión de la basura anuncia el final de la jornada. Pasa un coche con flamenco al ritmo de la bocina y flamenquito y, por fin, llega el momento de desmontar, barrer y despedirse.
De noche cerrada se oye el canto de un borracho solitario que se aleja por una calle cercana, suena la campana y entonces llego yo —el silencio—, tan deseado y tan necesario, y ocupo la plaza hasta el amanecer.

4 comentarios:

  1. Deseado silencio, anhelado silencio para descanso del cuerpo y de la mente que, noche cerrada, en el duermevela previo al sueño rememora e imagina el silencio de la mañana.

    José Carlos

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  2. Yo tengo estas semanas albañiles en el piso de arriba, que lo vendieron y están de reformas. Así que ni te cuento, jaja.

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  3. Pues a disfrutar de sus descansos y, sobre todo, de la obra acabada.

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