Los gritos de los
niños en el patio, las conversaciones cruzadas desde los balcones, el trasiego
por las escaleras, y los pregones de los tenderos, vestían de pobreza el
edificio blanco y albero de tres plantas y cincuenta años, de las Viviendas
Protegidas.
—Mami, Juana está gritando.
—Déjalos, hijo, ya se calmarán, como
siempre.
—No quiero oírlos, me da miedo.
Arriba, el ruido de las canicas y la
música machacona del transistor, los viejos visillos algo raídos y el cuadro
del Sagrado Corazón.
—¿No te dije que no te retrasaras? —gritó
Ramón implacable, antes incluso de que el vecino de arriba cruzara la puerta y
se callaran las canicas— ¿Qué has estado haciendo?
—Comprar, como siempre —contestó
Juana—. Y mucho es, con el poco dinero que me das.
La puerta del segundo se abrió y
dejaba ver la cornucopia con el busto de Camarón. Un portazo fue incapaz de
sellar la conversación.
—¡Ya está bien de gritar! —dijo la
anciana vecina del tercero.
—¡Calle, vieja, métase en sus
asuntos!
—¿Ves, mami? No se callan, a doña
Mariana también le ha hablado mal.
—¡Venga! sígueme: Un elefante se balanceaba sobre la tela…
Abajo Julián pregonaba su oferta.
Era una mañana desapacible, caían algunas gotas y los pocos paseantes que se
habían atrevido a salir aceleraban el paso.
—¡Tres kilos a cinco euros! ¡Vamos,
chiquilla, que se acaban!
—¡Nunca más! ¿Me escuchas? No quiero
volver a verte en el bar. El sinvergüenza de Salustiano te está tirando los
tejos y tú coqueteando con él, y con cualquiera que se cruce.
—No he hecho nada, Ramón.
—¿No, y con quién te has estado
gastando mi dinero?
Varios golpes en la pared intentaron
inútilmente frenar la discusión.
—Dile que deje de gritar, mami, no
quiero oírlos.
—Tranquilo, ven, sigue cantando
conmigo. Un elefante se balanceaba sobre
la tela de una araña, y como veía…
Las canicas rodaban sin parar. Un
cubo lleno de agua apontocaba la puerta entreabierta del segundo izquierdo Desde
dentro salía olor a chocolate, y se escuchaba a Toby ladrar a los mellizos del
tercero izquierda, que jugaban al coger en la escalera.
—Si nadie te quiere más que yo ¿no
lo entiendes, Juana? Tienes que andar con más recato, los tíos te miran que se
les va a salir los ojos, y tú es que los vas provocando. Pareces una puta.
—¡Déjalo, Ramón, has bebido otra
vez!
—¿Por qué es tan malo, mami? Juana
es muy buena, yo la quiero mucho, siempre me da caramelos.
—No pasa nada, hijo, toma tu
bocadillo. Vamos, sigue: Un elefante se
balanceaba sobre la tela de una araña, y como veía que no se rompía…
Un golpe seco paró el tiempo y la
discusión. El patio quedó en silencio, Toby se escondió bajo la cama. Las
puertas se cerraron. Solo se oía un llanto fino, entrecortado, tremendamente
doloroso. Toñín se tapaba los oídos y se abrazaba a su madre.
—Le va a pegar, no quiero que le
haga daño, como papá cuando llegaba a casa y me escondías.
—
Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña, y como veía que no se
rompía fue a llamar a otro elefante…
Lo recogió en su regazo y siguió
cantando la canción que tanto le gustaba, Toñín se tapaba la cabeza, y Juana,
acurrucada en un rincón oscuro del salón de su piso, se balanceaba ronroneando
una vieja canción infantil, aprisionada en una cruel tela de araña.
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