Él cada mañana, a las ocho en punto, se ponía su mandil y su
manopla y preparaba las tenazas, los hierros, el burro y otras herramientas
necesarias para remendar y arreglar todos los zapatos que ocupaban las paredes
de su pequeño establecimiento. Trabajaba sin parar, salvo por un tentempié que
tomaba a las doce de la mañana y el descanso del almuerzo y la siesta, que
hacía en el propio local bajando algo la persiana metálica. Por la tarde seguía
su labor hasta terminar los encargos pendientes y recoger los de los clientes
que se acercaban a la tienda a lo largo del día.
Ella trabajaba, de lunes a sábado, en horario de mañana y
aprovechaba las tardes para leer, una hora de gimnasia, hacer punto y salir de
compras antes de que anocheciera, siguiendo un estricto orden, que ella misma
se había puesto y tenía escrito en su agenda, en la que anotaba cuidadosamente
cualquier cambio o incidencia.
Una tarde, era martes, camino del gimnasio, Ella tuvo la
mala suerte de meter el pie en una alcantarilla, torciéndose el tacón del
zapato, pero con la fortuna de que el accidente ocurriera justo en la puerta de
la zapatería. Él la atendió solícito y arregló el problema en pocos minutos, lo
que permitió a Ella continuar su jornada, solo con un leve retraso. El martes
siguiente, Ella tropezó con el bordillo de la acera, cerca de donde tuvo el
accidente previo. Él arregló el zapato nuevamente. Una semana más tarde, un
martes también, Ella se torció el tobillo y rompió el tacón. Él, ya sin mediar
palabra, se lo arregló otra vez.
A partir de entonces, cada semana, Él tenía que arreglar el
tacón del zapato que Ella le llevaba, y Ella lo apuntaba religiosamente en su
agenda.
Él nunca supo renunciar a su trabajo.
Ella nunca pudo renunciar a su rutina.
El zapatero en la ventana, de Ferdinand Holder
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Mucha casualidad, tooodos los martes, que pesada.
ResponderEliminar¿Cuando se decidirá él a expresarle lo que siente por ella?
¿Las casualidades existen?
EliminarDesde luego que existen, pero lo decía irónicamente. En este caso no era casualidad. Para nada. Ella quería rollo y el zapatos
EliminarQizás Él si sabía renunciar a su trabajo y Élla a su rutina, pero nunca se atrevieron.
EliminarQizás Él si sabía renunciar a su trabajo y Élla a su rutina, pero nunca se atrevieron.
EliminarHay personas que aunque el destino insista en cruzarlos ellos no dan el paso o simplemente no se interesan, se produce hasta una relación de servilismo
ResponderEliminarSi me los encontrara los animaría para que dieran el paso.
ResponderEliminarHay vidas que por mucho que se empeñe el destino en querer juntarlas no hay forma de conseguirlo, para prueba de ello tus protagonistas.
ResponderEliminarAlgunas hacen lo imposible por llamar la atención y otros no se enteran de lo que pasa.
Saludos Ezequiel.
Puri
Bueno. Tuvieron un objetico y un deseo. El camino también es importante.
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