Hombre solo, de Juan Nicieza
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Cada mañana salía de su habitación, iba al comedor, colgaba
su abrigo y el sombrero en el perchero y se sentaba en su mesa de la pensión.
Comprobaba que las siete campanadas del reloj de pared coincidían con las del
suyo de bolsillo, y hacía un gesto al camarero para que le trajera su café y un
cigarro. Terminado el desayuno, miraba su agenda siempre vacía y se despedía
con prisa, mirando de nuevo el reloj, cuando sonaba el cuarto, en busca de
calles vacías.
En busca -o huyendo- de una vida vacía.
ResponderEliminarQuizás no busque ni huya, solo viva.
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