Héroes de la montaña, de Raúl Segura
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La
Manola regentaba una modesta venta, en la que atendía a labriegos, civiles,
estraperlistas y a los escasos viajantes que cruzaban Sierra Morena camino de Andalucía.
En la parte posterior tenía un pajar y allí escondía a algunos maquis a cambio
de parte del producto de sus rapiñas, que luego vendía a buen precio a los
civiles que patrullaban los montes.
Compartía
su cama con cualquiera que se lo pidiera, y fruto de ello tuvo siete hijos, que
de su marido, alcohólico dedicado a gandulear de día y desaparecer de noche,
los aceptó como suyos.
De
esa forma, en la posguerra, Manola Garrides Gómez, entre el negocio de la
venta, los productos de su pequeña
huerta, el estraperlo y la ayuda de sus amantes vivió sin estrecheces y, pasado
el tiempo, gracias a sus engaños y delaciones, cada vez más frecuentes y siempre
oportunas, alcanzó cierta notoriedad en la comarca, que alimentó con las
generosas dádivas que entregaba al párroco cada domingo.
Años
más tarde, en la celebración del Día de la Raza, recibió de manos del
Generalísimo las Medallas al Mérito en el Trabajo y al Mérito Civil y el Premio
Nacional de Natalidad.
Je...lo que me pregunto es si la sonrisa que -supongo- le dedicaría al Invicto Caudillo era socarrona o sincera
ResponderEliminarLos entresijos del poder son difíciles de comprender.
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