El sereno cantó la hora: "las doce en punto y
lloviendo". En mis largas noches de insomnio recibía su pregón como la voz
de un amigo. Había calculado que pasaba cada cuarenta minutos exactos hasta las
tres en punto, en que o él se acurrucaba en algún portal en espera de las palmas
de algún despistado que se había olvidado las llaves o pasaba en silencio
respetando el sueño de los vecinos, que yo no podía disfrutar. Esa noche lo oí
por última vez pasadas las dos —las dos y veinte y sereno— y seguí en la cama
esperando la ronda de las tres, pero no llegó, ni a su hora ni más tarde.
Sin poder dormir, me asomé al balcón. Era la primera vez que
fallaba y eso me impidió conciliar el sueño. Estuve mirando la calle, hacia la
esquina de la perfumería por la que siempre aparecía, pero pasaron minutos,
horas, sin que nada se moviera en la calle. Era una noche muy oscura y el
silencio era total, lo que era lógico a esas horas de la noche, pero que empezó
a llamarme la atención cuando al amanecer seguía sin oírse nada. Me vestí y
salí a la calle, comenzaba a clarear y nada se movía, recorrí la calle, llegué hasta
la Catedral y a la puerta del mercado, donde normalmente a esa hora debía de
haber mucha actividad, pero tampoco había nadie.
Al salir el sol me volví a casa a escuchar las noticias. Comenzaba a hacer calor, era un día agradable de
principios del verano, y la ciudad permanecía dormida. La calle continuaba
vacía y silenciosa, pero parecía que algo había cambiado, oía gritos de niños, las voces del mercado,
ruido de coches y la música de la radio que salía de algunas ventanas. Me llamó
la atención sobre todo, la luz y el color de las fachadas, de rótulos luminosos
de las tiendas y de los escaparates, habitualmente tan grises.
Entré en casa y, como cada día, arranqué la hoja del
calendario de pared y me preparé un café. Me senté en el sillón y me quedé
adormilado mientras las hojas del calendario caían al suelo ante mis ojos, una
a una, hasta llenar la habitación. Las últimas estaban impresas en color.
La persistencia de la memoria, de Salvador Dalí
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La larga noche de insomnio se transformó en años de sueño
ResponderEliminarO quizás una larga historia vital se resuma en una noche de insomnio.
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