25 de noviembre, Día Internacional de
la Eliminación de la Violencia
contra la Mujer.
Había bebido mucho la noche anterior y se despertó con un
fuerte dolor de cabeza. Se bebió un vaso de agua y se lavó la cara en silencio,
evitando hacer cualquier ruido para no despertarla. El salón estaba iluminado por la luz trémula de
una única vela que, llenaba de sombras
las ruinosas y llenas de humedades. Las corrientes de aire gélido, la suciedad
y el abandono hacían de la estancia un lugar totalmente inhóspito.
—Enciende la chimenea, hace frío.
—No hay leña, sigue durmiendo.
—Pues cómprala.
—¡Cállate y vuelve a dormir! No hay dinero, ya lo sabes.
—¡Cómo voy a dormir con este frío! Si no hay leña busca
cualquier madera y si no hay dinero es porque te lo has bebido.
—Bebido o no, no hay.
—¡Venga, tengo frío!
Daba vueltas y se tapaba los oídos en un intento vano de
dejar de escuchar la canción de cada día.
—Levántate, haz tú algo, y deja de mandar, todo el día en la
cama.
—¿Qué quieres que haga? borracho, no me puedo mover y bien
sabes que es por tu culpa.
—Si me hubieras querido algo o me hubieras cuidado como Dios
manda, no estaríamos así.
—¿Cuidarte, quererte? ¡Habértelo merecido!
—Me voy a ir y no volveré a saber de ti, ni tú de mí.
—Por mucho que te vayas siempre estaré contigo, es tu
maldición, juntos para siempre, estés donde estés.
El frío era cada vez más intenso, comenzó a distinguir en
las sombras de las paredes, arañas, ratones y otras alimañas, y rebuscó entre
montones de botellas de vino vacías hasta que pudo encontrar una llena que
abrió inmediatamente.
—Eso es, bebe, vuelve a beber, siempre lo resuelves igual.
—Déjame, déjame en paz de una vez, no puedo escucharte más.
—Cada día una borrachera y si te sobraba dinero, de putas,
esa ha sido tu vida y mi desgracia.
—Nunca me has querido, jamás me ayudaste, si bebo es por tu
culpa.
—Y bien me lo has hecho pagar, pero ahora eres tú la
víctima.
Hacía años que se había encerrado en la casa de la que solo
salía para comprar lo necesario y no hablaba con nadie. Sentía que lo miraban
mal.
A veces entraba en un extraño mutismo o se golpeaba contra
las paredes. Pero otras veces se pasaba las horas hablando solo, peleándose no
se sabe con quién.
—Ahora eres tú la víctima, recuerda, es tu maldición, ya no
me puedes hacer más daño.
—Déjame, ya he pagado con creces el daño que hice.
—Nunca te dejaré.
—Estaba borracho, no sabía lo que hacía.
—Como cada día, borracho o dormido, que es como mejor
estabas.
—No pude parar, mandaba el alcohol, no era yo, y tú, como
siempre, gritándome. Se me fue la mano, te he pedido perdón mil veces.
—Cargarás con ello toda tu vida, borracho.
—¡Déjame, déjame, déjame ya en paz!
Terminó la botella y cayó en la cama borracho, junto al
esqueleto de su mujer, desaparecida hace años.
Borracho, de Leonardo Aalenza y Nieto
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Duro, hermano. Duro pero real
ResponderEliminarAfortunadamente algo tan sórdido, si es real, no es frecuente. Algo de imaginación le he echado al relato, pero espero que no a los sentimientos y miedos del maltratador, que me gustaría que fueran reales.
EliminarNi una más
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