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Dos ratas, de Vicent Van Gogh |
El bar, una especie de bistró de esos que ofrecen comida económica, estaba casi vacío. Me senté en una banqueta en el extremo de la barra y pedí una cerveza con su correspondiente tapa, que dejé a mi derecha mientras leía el periódico. Cuando me di la vuelta me encontré con una rata que roía uno de los trozos de queso con que Ezequiel, el camarero, me habita obsequiado. Me pareció que el roedor estaba feliz porque movía la cola a mucha velocidad, pero cuando alcé la mano para echarla, ella me amenazó enseñándome los dientes y levantando el rabo hacia mi frente.
Quise
romper el hielo y me presenté —Antonio le dije que me llamaba—, y ella
respondió amablemente —Rata es mi nombre, me dijo—. Yo me bebí la cerveza y no
quise tomar el queso. Ella insistía, pero yo fui franco y le dije que allí
había comido ella y me daba asco.
Le
pregunté que si venía con asiduidad al bar. Me dijo que no, que sabía que no
era bien recibida en ninguna parte, por lo que no le gustaba repetir en ningún
sitio. Noté entonces como dejaba caer el rabo quieto sobre el mostrador, como
si lo adormeciera. Indagué el motivo de su tristeza y se sinceró. Me contó que
su mala fama era injusta, que otros animales cargan con sus maldades y así eran
reconocidos, como la cabra loca, la sibilina serpiente, en sucio cochino, el
vago perro, las putas gallinas y muchos más, pero que a las ratas nadie podía
criticarles nada. Bueno quizás sí —apostilló con humildad—, pero solo a las
ratas de alcantarilla, aunque esas solo son primas lejanas con las que no me
gusta relacionarse.
Yo
le repliqué, le eché en cara que han sido protagonistas de muchas desgracias,
la peste por ejemplo, y ella lo reconoció, pero se disculpó porque en realidad
no sabían cómo evitarlo, que si lo hubieran sabido probablemente habrían
actuado de otra manera, y volvió a dejar caer su rabo inerte sobre el
mostrador. Me convenció y, para mostrarme solidario con ella, me inculpé y le
dije que nosotros sí habíamos llevado al mundo mucho sufrimiento y, para colmo,
muchas veces de forma voluntaria, con las guerras, los asesinatos, el
terrorismo o el genocidio, y le hablé con detalle de todo lo que habíamos hecho
a lo largo de todo el siglo XX.
Terminada
la conversación, me olvidé de los escrúpulos y, para congraciarme con ella, le
di un buche a la cerveza, cogí un trozo de queso y le ofrecí otro a ella, pero
me dijo que no, que gracias, pero que ahí había comido yo y le daba asco.
Se bajó de la barra y, al salir, la vi hablar animadamente con un grupo de cucarachas que disfrutaban de los restos de un plato moviendo con alegría sus antenas.
Pues no.
ResponderEliminarNo me gustan ( Tampoco las cucarachas pero ese es otro relato )
Se han comido mi coche y eso sí que duele.
Ahora odio a las ratas. No tomaré cerveza ni compartiré mi queso con ellas.
Me siento celoso de las cucarachas.
Creo que nosotros tampoco le gustamos a las ratas ni a las cucarachas.
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