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Calle con buscona de rojo, de Ernst Ludwig Kirchner |
Había quedado con una chica a través de un chat. La identificaría porque era rubia e iría vestiría un suéter rojo. La esperaba mientras me tomaba un café y vi como abrió la puerta del bar y entró, rubia, alta y con unos labios bermellón que más que expulsarlo, parecían besar besaban el humo de su cigarrillo. Me quedé mirándola fijamente sin saber que hacer, si hubiera tenido que describirla en aquel momento, habría necesitado mucho más espacio del que dispongo en este escrito o, no sé, quizás me hubiera bastado con un signo de admiración y poco más.
Me levanté y esbocé una ligera sonrisa, pero en ese momento vi cómo, hermosa e insinuante, contoneándose ante la mirada de todos los clientes del bar, se acercaba a otra mesa y besaba al chico. Terminé la taza de café y al salir entraba una chica rubia, hermosa e insinuante que entraba en el bar con un suéter rojo, a la que le cedí el paso, sin poder olvidar aquellos labios rojo bermellón.
La vida te ofrece oportunidades que, a veces, dejamos pasar por error o impaciencia.
ResponderEliminarHay trenes que sólo pasan una vez.
EliminarHay tenés que, para lo que arrollan para dejarte con tu reflejo, mejor ni prestarles caso.
ResponderEliminarAhora si es al contrario, vigila al trpezar.
Lo mejor, vigilar para evitar equivocarte o tropezar.
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