Retour a la ferme, de Julien Dupre
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Permanecía sentada en el granero mientras escuchaba los
cantos y las risotadas de los soldados alemanes que, tal como había resuelto el
gobierno colaboracionista de Vichy, tenían
que ser alojados en la granja. Como cada mañana, cantaba tranquilamente dando
de comer a los animales y preparando los aperos de labranza, como si nada
hubiera cambiado y la algarabía de la soldadesca le fuera ajena.
Una mañana lluviosa, al amanecer, mientras preparaba la
comida para sus gallinas y los militares aún dormían, notó que se abría el
portón del granero y que un joven soldado, sin notar su presencia, se deslizaba
sigiloso por la pared hasta ocultarse tras la leñera. Esperó unos minutos, con
una azada en la mano se acercó a su escondite, y antes de que se diera cuenta,
lo agarró por el cuello y se dirigió a él con un tono amenazante.
—¿Quién eres? —Preguntó sin bajar la azada.
—Silencio, madame, o no respondo de mis actos —contestó el
soldado sin atreverse a asomar la cabeza, queriendo mostrar un valor que no
tenía.
—¿Qué quieres? Como comprenderás a mi edad y con la
situación que estoy viviendo, no me preocupa el daño que me puedas hacer.
—¡Qué se calle, le digo! —imploró el joven subiendo
ligeramente en tono.
—¿O qué? Quizás sea yo la que dé un grito avisando que hay
un soldado que quiere desertar.
—No me delate y prometo no hacerle nada —dijo intentando
mantener un tono amenazante.
—Está bien, a los dos nos conviene mantener silencio, no
quiero más alborotos en mi casa. Pero me tienes que decir por qué huyes.
—¿Puedo confiar en usted?
Se hizo un silencio y el joven salió de su escondite para
acercarse a la señora, a la que saludo con timidez, creyendo ver en su mirada
una bondad que hacía difícil que lo traicionara.
—Creo que no te queda otra opción —contestó ella en voz baja
al tiempo que miraba en dirección a la puerta que unía el granero a la casa—.
Además, si hubiera querido, ya te habría delatado.
—Está bien, no soy un traidor ni me gusta la idea de
desertar, pero no puedo seguir luchando. Hasta ahora he obedecido, estaba
convencido de que tenía que ayudar a mi país, pero conforme han ido pasando los
meses me he dado cuenta de la barbarie en que se ha convertido esta guerra. Hoy
me avergüenzo de pertenecer a este ejército.
—Pero hay que tener mucho valor para desertar aquí, te
echarán de menos y te buscarán hasta en el infierno, ya se oye ruido en la
casa. Estarán levantándose y pronto notarán que falta un soldado.
—Más valor hay que tener para permanecer con ellos. Ya están
empezando a sospechar y a hablar a mis espaldas.
—¿Qué quieres decir? ¿De qué sospechan?
—No, nada.
—Vamos, desahógate. Puedes contármelo, te ayudaré, creo que
ya te lo he demostrado.
Se quedó pensativo, sin saber si debía seguir la conversación
por ese derrotero o cambiar de tema, pero al final se decidió a contárselo.
—Verá. Tenía hambre y estaba desesperado —mantuvo un breve
silencio antes de continuar— y me presenté voluntario al ejército. Un amigo me
hizo una documentación falsa y me admitieron sin más averiguaciones. Era una
forma segura de comer, de sobrevivir en aquellos momentos trágicos.
—¿Por qué necesitabas una documentación falsa para
alistarte? ¿No eres alemán?
Se acercó a la mujer, cuidándose de que nadie lo escuchara,
como si hubiera una multitud alrededor suyo.
—Soy judío —le dijo—,
pero ya no puedo mantenerlo más en secreto, le digo que están
sospechando algo y pronto lo descubrirán.
El granero volvió a quedar en silencio hasta que el ruido de
un golpe que hizo caer al soldado. La anciana, tras limpiar la azada de sangre,
gritó orgullosa «Heil Hitler!», dio de comer a sus animales y salió para
continuar su trabajo en el huerto.
Vaya con la granjera, un relato muy interesante y con un final de lo más sorprendente.
ResponderEliminarUn abrazo, Ezequiel y ya aprovecho: feliz salida y entrada de año.
La responsabilidad de los colaboracionistas aún está por analizar y juzgar.
EliminarGracias por tu comentario y feliz año.
La Alemania nazi era un sitio peligroso para judíos, gitanos y homosexuales. No podían confiar en nadie.
ResponderEliminarLa Europa de hoy es un sitio muy peligroso para iraníes, kurdos y subsaharianos. Hoy día, ellos no pueden confiar en nosotros.
Algún día nos pedirán una explicación de nuestra actitud y no creo que la historia nos absuelva.
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