Anciano
con abrigo de piel, de Rembrandt
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Don
Aurelio Rangel, al entrar en casa aquel
desapacible día de primeros de año, colgó su gabán totalmente empapado en el
perchero, puso sus zapatos sobre la alfombrilla de la entrada, el maletín en el
armario y la corbata en la mesita de noche, se calzó las zapatillas y se sentó
en la mesa camilla. Antes de resguardarse al calor del brasero, dejó su brazo
derecho en el escritorio, sus piernas en el sofá, sus ojos frente a la
televisión, las orejas en la estantería de los discos, la boca en la cocina, su
corazón en la vitrina del salón y el cerebro en la cama de matrimonio.
Cuando
a la mañana siguiente se dispuso a salir de su refugio, el brazo seguía
torpemente caído sobre el escritorio, sus piernas doloridas no se habían
repuesto, varias lágrimas daban brillo a sus ojos, la boca estaba seca y la
lengua apergaminada, las orejas repetían machaconas una triste sonata de piano,
el corazón latía al ritmo sosegado del reloj de pared y su cansado cerebro se
rebelaba contra el amanecer.
En
la calle el sol había vuelto a brillar, pero el gabán seguía empapado en el
perchero.
Un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio.
ResponderEliminarAunque quizá la cama de matrimonio debiese ser el verdadero sitio del corazón
Acertado comentario. Quizás el corazón y el cerebro deberīan cambiarse de sitio.
EliminarCuando nos acostamos preocupados podemos decir aquello de "mañana será otro día". A veces, el descanso y la desconexión consciente obran milagros y al despertar se ven las cosas de otra manera, pero hay ocasiones en que el sueño no borra la realidad, nunca lo hace cuando es aplastante.
ResponderEliminarUn relato original y cargado de un sutil simbolismo.
Un abrazo, Ezequiel. Creo que vamos a conocernos en breve.
Así es Ángel. Veo que has captado perfectamente mi intención, y te agradezco el comentario.
EliminarUn abrazo.