Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 19 de enero de 2018

Primera sesión

Le Buveur, de Henri de Toulouse-Lautrec

Quisiera que tuvieran en cuenta los factores que han concurrido en la vida de este niño —continuó explicando el juez a los asistentes—. A la edad de quince años, ya había vivido con cuatro familias y había estado tres veces bajo la tutela de los servicios sociales. A su madre biológica —no se le conocía padre— le quitaron la custodia al año y medio, al encontrarlo en situación de abandono y lleno de cardenales y quemaduras de cigarrillo. Tras un periodo en un orfanato lo adoptó una pareja, pero con la mala suerte que murió la madre, y el padre, que no podía hacerse cargo de él, se lo entregó para que lo cuidara a su hermana, que era toxicómana. Estuvo con ella unos diez años hasta que, perseguida por la justicia por un robo, desapareció y lo abandonó. Cuando lo recogieron de nuevo los servicios sociales, ya consumía cannabis, hacía pinitos con pequeños hurtos y lo habían echado de dos colegios. En el orfanato aumentaron los problemas, conforme crecía aprendió —y enseñó— todo aquello que más daño podía hacer, se hizo el líder de una pandilla de pequeños delincuentes que robaban usando incluso la violencia, comenzó a consumir alcohol y drogas de diseño y a coquetear con la heroína y su comportamiento se hizo cada vez más anárquico y violento.
No quiero que piensen que estoy justificando la violencia ni que quiero amparar a un delincuente, solo quiero que entiendan su actitud y, quizás, la mía.
Volvió a salir, esta vez dentro de un programa de reinserción, gracias a un matrimonio sin manchas —juez él y enfermera ella— sin hijos. Aunque ella no tenía tan clara la adopción, el juez —ese juez engreído y seguro de si mismo—, insistió y la convenció, creyendo que podría con todo. El niño, ya con dieciséis años fue de mal en peor, la convivencia en casa fue espantosa hasta el punto de que la mujer —mi mujer— me abandonó, aunque yo seguía convencido que podría sacarlo adelante. Estaba ciego y no veía que, a pesar de mi experiencia en el juzgado de menores, no era capaz ni siquiera de acercarme a él, de tener la mínima idea de lo que sentía, de lo que necesitaba, hasta el punto que el día que lo encontraron muerto —por una sobredosis, dijeron— me cogió por sorpresa. Ahora pienso que se suicidó y que si yo hubiera estado más atento, más cercano y receptivo, podría haberlo evitado. Fui incapaz de superarlo y fue entonces cuando empecé a beber.

Mi nombre es Mario, tengo 53 años, soy juez y soy alcohólico.

1 comentario:

  1. Desgraciado desde su cuna, hizo desgraciados a todos los que tocaba y contaminaba. Hay finales que son una liberación.

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