La mole catedralicia se iluminó con un rayo cegador, que
marcó el inicio de una gran tormenta. Los relámpagos le daban un aspecto
fantasmagórico a la imponente fachada, truenos constantes retumbaban haciendo
que vibraran las vidrieras y se estremeciera la piedra, y un fuerte vendaval
bajó de la montaña a la plaza, con tal intensidad que cedieron las puertas de
la catedral y sonaron las campanas, mecidas por el viento como si fueran de
papel.
Fue tal la magnitud de la tormenta que la gente, entre
asustada y asombrada por el fenómeno, se acercó a la plaza para ver por sus
propios ojos lo que estaba ocurriendo. Fue entonces cuando, entre el repicar de
las campanas y el rugir del cielo, aparecieron en el balcón central, iluminados
por una luz interior, un ángel negro y otro blanco, y con una potente y segura
voz se dirigieron al pueblo, que se congregaba a sus pies:
-
Si me seguís
-decía el ángel blanco-, os prometo una
vida eterna y plena.
-
Disfrutaréis de
un sinfín de riquezas -replicaba el ángel negro- y el placer será vuestra nueva y única religión.
-
La seguridad de
una vida mejor es lo que obtendréis con mi ayuda.
-
Dadme vuestra
confianza y el mundo será vuestro.
Y así, alimentando los deseos y las esperanzas de todo el
pueblo, siguieron durante horas y horas, pues hasta el cielo había llegado la
revolución democrática y ese día comenzaba la campaña electoral.
No me gusta meterme en estos fregados pero las próximas elecciones son las catalanas... pero bueno, la catedral es andaluza y tuya. Leni Lavado
ResponderEliminarMía y de mi niñez, y eso no me lo pueden quitar los ángeles de un futuro mejor, sean blanco o negros o, como es habitual, grises.
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