El maratón debía comenzar a las siete en punto de la mañana
y la convocatoria, que había sido todo un éxito, hacía sentirse felices a los
concursantes y a los organizadores del evento.
Se habían inscrito más de tres mil corredores, novecientos
ciclistas, trescientos patinadores y otros doce participantes en silla de
ruedas. Esperaban impacientes la señal de salida, haciendo el precalentamiento
adecuado, y al momento de sonar el disparo, todos los corredores, incluyendo a
algunos más que se incorporaron a última hora, estaban ya recorriendo las principales
avenidas de la ciudad.
Los premios eran modestos, pero por encima de todo estaba la
importancia de participar en tan singular carrera, para la que tanto tiempo
llevaban preparándose, con la esperanza de obtener un reconocimiento y una fama
por pocos conseguida. El primero que llegara a la meta recibiría una medalla de
oro y un viaje de fin de semana con todos los gastos pagados, el segundo su
correspondiente medalla de plata y una entrada para un partido de fútbol del
equipo local, el tercero la medalla de bronce y un abono para tres entradas de
cine y el resto un diploma acreditativo de su participación.
Pero no todos eran corredores, en las aceras se agolpaba el
público que no había querido o podido participar, y en las plantas altas de los
edificios aledaños se posicionaron los francotiradores inscritos, claramente
identificados. Estos últimos también obtendrían medallas, premios y diplomas,
dependiendo del número de blancos alcanzados, contabilizándose un punto por
cada corredor y dos por cada ciclista o patinador, pero perderían medio punto
cada vez que, por error o interés malintencionado o no, dispararan a alguien
del público.
Terminada la carrera, tal como estaba previsto, hubo una
fiesta popular con gran éxito de asistencia, y las autoridades se dirigieron a
los participantes y vencedores con sentidos discursos y felicitaciones.
Mientras, los servicios de limpieza quitaban los restos que la carrera había
dejado en las calles, que recordaban el escenario de un campo de batalla, de
una guerra.
De una
guerra inútil y absurda…
Ilógica…
Como
todas las guerras.
![]() |
Desastres de la guerra, de Francisco de Goya
|
Empiezas con un relato jovial y lo terminas con destrucción. A los que somos flower power nos anulas. Leni Lavado
ResponderEliminarComo la vida misma...
ResponderEliminarComo todas las guerras. Como todas. Y no aprendemos. Txema.
ResponderEliminarBienvenido al blog y gracias por tu comentario.
EliminarAprendemos. Hacemos guerras más largas, más destructivas, más crueles, con más muertos y desplazados. Desgraciadanente aprendemos.
Solo hay que encender la tele par contemplar tamañodesastre
ResponderEliminarEl argumento dela larga Marcha de Stephen King es muy similar a este mirorelato, pero lo has llevado al extremo, enhorabuena
Una historia llevada al extremo para llegar a una conclusión que no admite réplica.
ResponderEliminarSomos capaces de esto y de mucho más.
ResponderEliminarCapaces de justificar la más absoluta de las barbaries, haciendo que parezca un juego, y ponerle tintes de heroicidad, dignidad , religiosidad....para callar conciencias.
El ser humano es el único responsable de hacer inclinar la balsza hacia uno u otros valores, de ahí su diversidad.
Afortunadamente, también dimos capaces de hacer cosas maravillosas en todos los ámbitos ( arte, ciencia, humanidades...)
Me ha recordado a " Los juegos del hambre"
Cierto, Elena. Son malos tiempos para la paz y buenos para el negocio de armas, el culto al poder y el manejo de las masas (dinero, supersticiones, patrias, religión...)..
EliminarMuchas guerras por no decir todas las deciden los q no van a morir en ellas. Los q hacen la guerra solo deciden obedecer a los primeros incluso a veces no estando de acuerdo con ellos. Obligados de alguna u otra manera. El mundo son los q obedecen y no los q deciden las obediencias. Cuatro gatos?
ResponderEliminarY si el mundo decidiera no obedecer?
Habria guerras?
O somos muy boeergos o son muy poderosos. No sé si a lo largo ee los siglos ha habido un solo día en el que no haya habido un conflicto, reconocido o no, en algún lugar del mundo
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