Volví a casa de mis padres. Hacía tiempo que habían
fallecido y tenía una cita con un corredor para ponerla a la venta. Entré con
mucho tiempo de antelación y me entretuve abriendo los armarios y los cajones,
rebuscando sin pretender encontrar nada en especial. Recorrí mi cuarto, su
habitación, el salón y por último entré en su despacho, un lugar casi prohibido
para mí y mis hermanos.
Al acercarme a su mesa de trabajo noté como afloraban
escenas de mi infancia, pude ver a mi padre repasando sus libros, haciendo
crucigramas o escribiendo, cogí una foto en la que, con mis hijos y mi mujer,
lo rodeábamos el día de navidad; el retrato de mi madre, y muchos papeles
desordenados que probablemente tuvieron la suficiente importancia para que los
guardara durante años. Sentí su mirada amarga cuando mis notas no fueron
suficientes para pasar curso o el día que le impuse mi destino en contra de su
voluntad.
Me senté entonces en su butaca, cogí un papel de su
escritorio, encendí un cigarro y escribí esta historia.
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Antigua Máquina de Escribir, de Manuel Domínguez
Velázquez de Castro.
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Historia muy vivida igual por muchos
ResponderEliminarLos cuentos, los relatos, a veces son historias que has vivido, o vives, aderezadas con algo de imaginación y mucho de fantasía.
EliminarGracias por tu comentario.
Hace mas tiempo que dejaste de fumar pero la sensación descrita de soledad y orfandad es la misma día a día desde ese 3 de noviembre hoy hace ya 5 años de padre y 25 de madre. La casa sigue vacía y la parcela del corazón también. Los echo demasiado de menos.
ResponderEliminarLos recuerdos son la amalgama que rellena las parcelas vacías.
EliminarNo sé si os ocurre pero lo que más me trae una tormenta de recuerdos no son sus cosas sino su olor que todavía perdura en algunos lugares de la casa... Y ya va a hacer 5 años. Leni Lavado
ResponderEliminarDe acuerdo contigo, el olor es tremendamente evocador.
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