Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

domingo, 1 de agosto de 2021

Bar Melody

Paris Society, de Max Beckmande 

Mientras la esperaba fumando como cada día un cigarrillo, el camarero me trajo un Martini sobre un disco roto de Pablo Abraira que usaba de bandeja. Nada había cambiado: carátulas adornando las paredes, música melódica, álbumes como salvamanteles y una pátina de humo sobre las luces rojas de neón que daba al espacio el valor de la remembranza.

Me tapó los ojos, pero la suavidad de sus manos y el inconfundible olor a Jabón Lux la delataron. La besé, el camarero nos sirvió otro vermú, cayó la colilla a la moqueta y volvió a sonar la sirena de los bomberos.

sábado, 24 de julio de 2021

Llantos

Inmigrantes, de Jesús Serrano Francés

Maysa lloraba al despedir a Nazir, que la abrazaba y le juraba que arreglaría los papeles y volvería a por ella. Ninguno de los dos pudo contener el llanto viendo como el horizonte se convertía en una línea divisoria entre el ayer y el mañana. Mientras, en la orilla, se arremolinaban mujeres y hombres desesperados que con lágrimas en los ojos intentaban buscarse un hueco en alguna embarcación.

El llanto de niñoos asustados aumentaba la tragedia que se estaba viviendo.

Nazir, ya en altamar y con la barcaza a la deriva tras ser abandonada por el patrón, sollozaba de impotencia al ver alejarse el cuerpo de un compañero muerto de frío, hambre y desesperación.

Alcanzada la tierra prometida, un voluntario intentaba arrancar de los brazos de la madre a un niño que había fallecido en la travesía. Sus lágrimas se mezclaron en un abrazo con las de la madre.

Tras meses en un refugio Nazir fue deportado y volvió deshecho en llanto ante la pérdida de su única esperanza.

Un miembro de la Cruz Roja lo acompañó hasta el embarcadero.

Ese mismo día la imagen de un pequeño medido por las olas en la playa sobrecogió a los veraneantes presentes, que no pudieron contener las lágrimas.


Tanto fue el lloro, tantas las lágrimas de Maysa, de Nazir, de las madres y los niños, de hombres y mujeres fuertes y decididos, de los voluntarios, de los veraneantes, de las almas desesperadas de los emigrantes y acomodadas del primer mundo, que el Mediterráneo se desbordó y una inmensa ola de dolor inundó ciudades, países, conciencias y alma.


sábado, 17 de julio de 2021

Celebración

Borracho, de Charles Groux

Ese día cumplía ochenta años y no estaba dispuesto a pasarlo solo. Lo preparó todo con mucho esmero en su casa de campo, repasó la mesa en la que había puesto su mejor vajilla y unos entremeses, y se sirvió una copa: No había invitado a nadie, pero tenía la esperanza de que se acordaran del día y acudieran a celebrarlo.

Ya anochecía y aún seguía solo, por lo que se sirvió otra copa y otra y una cuarta, y por fin vio entrar a su mujer con sus cuatro hijos. Les ofreció vino, brindó con ellos y se sirvió para acompañarlos. Vinieron más tarde sus compañeros de trabajo y otros amigos, para los que abrió una nueva botella que se fue bebiendo alegremente mientras lo escuchaban. Llegaron algunos miembros de su pandilla del colegio, varios actores, futbolistas, incluidos los de la Quinta del Buitre, las fulanas con las que perdió la virginidad, y otros personajes entrañables de su juventud. Con todos compartió cervezas, vino y licores.

Empezó a entrar gente desconocida, pero a él no le importaba, hablaba con todos y brindaba con ellos con el güisqui que había reservado para la ocasión. Les enseñaba los animales que estaban entrando por las ventanas, búhos parecían, y las arañas que surcaban el techo, y se reía viendo como reptaban algunas serpientes, y jugueteaban entre las piernas de los invitados unas fichas de ajedrez.

Comenzó a sentirse mareado, se sentó, se sirvió otra copa y se quedó dormido.

A la mañana siguiente, el salón estaba vacío y él tenía un terrible dolor de cabeza. 

lunes, 12 de julio de 2021

Sincronía

Autorretrato con la muerte, de Arnold Böcklin

Con un “FIN” escrito con letra torpe, prácticamente ininteligible, coronó el escritor su autobiografía. 

viernes, 9 de julio de 2021

Hemisferios

Cerebro humano, de Leonardo da Vinci

Siempre vivía en guerra conmigo mismo, era como si cada decisión que tomara, por muy razonada que estuviera, tuviera que ser supervisada e inmediatamente censurada por mi otro yo. Tan difícil llegó a ser la situación que opté por dividirme verticalmente en dos partes. No fue muy problemático ya que la mayoría de los órganos vitales eran dobles. El problema se planteó básicamente en el hígado y en el corazón, únicos y claramente lateralizados. Para poder hacer una vida más o menos independiente nos adaptamos juntándonos cada poco tiempo para que mi hígado pudiera limpiar su parte y su corazón bombeara mi sangre. Los periodos de separación, que llamábamos libres, gracias a una perfecta planificación y entrenamiento, eran cada vez más prolongados, pero nunca pudimos estar separados más de media hora, lo que incidía en nuestras relaciones y en nuestro trabajo. Eso hizo que, probablemente debido a estructuras comunes del cerebro y tronco del encéfalo, entráramos al mismo tiempo en una profunda depresión. Pensamos en suicidarnos pero, aunque nuestro odio era cada vez mayor, sabíamos que si lo llevábamos a cabo, la muerte de cada uno condicionaría el fallecimiento de la otra parte, ya que ni él podría vivir sin mi hígado ni yo sin su corazón.

Tan grande era nuestro sufrimiento que quedamos un día para hablar e intentar solucionarlo de la forma que fuera. Nos reunimos una tarde y, tras unirnos y volver a estar limpia y bien bombeada la sangre, volviendo a ser uno solo, aflorando como siempre el odio y no encontrando solución, decidimos llevar a cabo el suicidio y, para no sentirnos culpables de la muerte de la otra mitad, nos fundimos en un prolongado abrazo con el juramento de no separarnos. Tras tomar la cicuta, acunado por mi yo emocional y mi opuesto racional, fallecí.

viernes, 25 de junio de 2021

La estación


A modo de aperitivo para los que no lo tengan o les apetezca leerlo, estando pendiente la segunda presentación el próximo lunes 28 de junio en la Botica de Lectores, os adjunto un enlace en el que podéis leer uno de los cuento de LA BUFANDA DE LANA Y OTROS RELATOS DESGARRADOS. 

https://www.edicionespangea.com/producto/la-bufanda-de-lana-y-otros-relatos-desgarrados/

sábado, 19 de junio de 2021

Efeméride

Joven tocando el piano, de Gustave Caillebotte

La sala de conciertos se abrió para un grupo selecto de aficionados que, como cada año, se reunían para el acontecimiento.

Solo las velas de los candelabros del piano iluminaban el escenario. La banqueta de terciopelo verde aún permanecía vacía cuando llegó la hora del inicio del concierto. El profundo silencio se hizo entonces más intenso al sonar las notas del Nocturno de Debussy, que impregnó de nostalgia la sala.

Cuando el concierto terminó, una leve corriente de aire apagó las velas y no se oyeron aplausos ni nadie se movió de los asientos. Todos quedaron absortos mirando ese piano que, cada año, sin que nadie lo tocara, terminaba la pieza que quedó inconclusa el día del bombardeo.

jueves, 17 de junio de 2021

Visión de futuro

Don Quijote. Ilustración de Gustave Doré

—¡Ay, Señor de Avellaneda! ¿Cómo quiere que le publique esta historia del hidalgo y su escudero?

—Usted edítelo y calle, que dentro de poco tiempo nadie se acordará de ese tal don Miguel y nosotros nos haremos ricos y famosos.


sábado, 29 de mayo de 2021

Declaración

La Giralda, de Ezequiel Barranco

Sin más ayuda que los dedos aferrados a cada uno de los ladrillos mudéjares y el soporte de sus zapatos de montañero, escaló los ciento cuatro metros de la Giralda en menos tiempo que la policía y la ambulancia tardaron en llegar a los pies de la torre, y los bomberos en subir las treinta y cinco rampas para llegar al Giraldillo.

Había querido decírselo en repetidas ocasiones, pero mudo como era y analfabeto, no tenía otra opción que llegar a ella, postrarse a sus pies y demostrarle hasta donde llegaba su deseo.

Culminó la escalada en el añadido renacentista y, tras mirar y rendirse ante la Santa Juana que lo corona, le ofreció un ramo de azucenas y la abrazó, y ella le devolvió una sonrisa y una mirada que solo él supo ver.

En ese momento arreció el viento de levante y las campanas tañeron con especial intensidad una inusual melodía acoplada a los sueños de él y los latidos de bronce del corazón de la veleta, y juntos desaparecieron entre las nubes bailando al ritmo del vals.


domingo, 23 de mayo de 2021

Conversaciones en la barra de un bar - 2: Molinero

La corrida, de Joan Miró

El bar, una especie de bistró de esos que ofrecen comida económica, estaba casi vacío. Me senté en una banqueta en el extremo de la barra y pedí un café, que el camarero me sirvió diligente. «¿Me ayudas?» escuché que una voz ronca me preguntaba a la derecha—. Volví la cabeza y allí estaba ─astifino, bragado y ojinegro─, empujando con los cueros una bandeja de forraje aderezado con pienso.

Tras presentarse —me dijo que se llamaba Molinero—, me preguntó qué si podía acompañarlo y sacar su ración y el agua a la terraza, que el bar era pequeño para su corpulencia y el camarero lo miraba con malos ojos. No supe que decirle, me resultaba raro, y hasta peligroso, dejar a un toro suelto en la calle, pero me dijo que no me preocupara, que el mayoral estaba haciendo una gestión y que en un minuto volvería.

Me tranquilizó y lo acompañé. Él me estuvo hablando de don Jacinto, el dueño de la finca y de Pablo, el encargado. Me dijo que era muy feliz, que siempre lo habían cuidado mucho, que lo dejaban corretear por el campo y aparearse con las vacas que quisiera, y que le daban de comer más que suficiente.

Ese día, decía, habían sido especialmente dadivosos, y lo habían llevado a ese bar e invitado a forraje y pienso de excelente calidad, condimentado con salsa al Pedro Ximénez. Luego, terminada la comida lo iban a llevar a dar un paseo en un camión con otros cinco amigos y lo iban a soltar en una plaza muy grande. Él estaba feliz con esa aventura y yo no quise amargarle el almuerzo. Cuando llegó don Jacinto le estaba explicando a un amigo que él quería mucho a su ganado, y que lo preparaba muy bien para la lidia, porque si no fuera por la fiesta grande, la raza habría desaparecido.

Al despedirme vi salir del bar a un ganadero que llevaba una ración de bellotas a un cerdo muy hermoso, negro y de patas finas.

viernes, 14 de mayo de 2021

Conversaciones en la barra de un bar - 2: Antonio Machado

Antonio Machado, de Joaquín Sorolla

El bar, una especie de bistró de esos que ofrecen comida económica, estaba casi vacío. Se sentó en una banqueta en el extremo de la barra y pidió un café, que el camarero le sirvió diligente. «Buenas tardes» —me saludó una voz pausada y ronca—. Volví la cabeza y allí estaba él, con una mirada triste, apocada.

Aunque su fama era evidente, se presentó. Me dijo que era poeta y que se llamaba Antonio Machado y me preguntó si lo conocía. Yo, para romper el hielo, le comenté que sí, que había leído muchos de sus poemas e intenté comenzar a recitar Al un olmo seco, pero él desvió la mirada y volvió a ensimismarse en sus pensamientos.

            Le pregunté si necesitaba algo, si podría ayudarlo, pero no respondió. Acabó el café, se puso el sombrero, se sacó unas monedas del bolsillo y las dejó en la barra, se levantó y, sin decir nada, se dirigió a la puerta. Antes de salir se quedó un rato mirando a la calle. Hacía una tarde gris, con un cielo encapotado que no permitía distraerse con la imaginación de las nubes ni con la belleza de la puesta de sol. Cuando iba a salir le pude oír que susurrar «Estos días azules...».

domingo, 9 de mayo de 2021

Conversaciones en la barra de un bar - 2: Maradona

 

La creación de Adán, de Miguel Ángel

I

 El bar, una especie de bistró de esos que ofrecen comida económica, estaba casi vacío. Me senté en una banqueta en el extremo de la barra y pedí un café, que el camarero me sirvió diligente. «¿Me ayudas?» —escuché que me preguntaban a la derecha—. Volví la cabeza y allí estaba él, gordito, sonriendo e intentando abrir un sobre de azúcar con una sola mano.

Me pregunto extrañado qué si no lo conocía, que era Maradona, pero que estábamos en confianza y que lo llamara Diego. Tras presentarme, para romper el hielo, le pregunté sobre su mano, y me contó que era cosa de san Pedro. Me explicó que cuando le pidió las llaves al apóstol, éste le dijo que no, que repasara su vida y entendiera que tenía arreglar las cosas pendientes o ir al infierno; pero que no se conformó, que exigió hablar con Dios, que Éste le dijo que no lo recibiría a no ser que le devolviera lo que era suyo y que, al mirar hacia abajo y ver las llamas del averno, le devolvió su mano.

Le ayudé, abrí el sobre de azúcar y tiré el papel hecho una bola y él le dio tras o cuatro patadas y lo embarcó en la lata de propinas del bar.

El camarero miró ofendido y masculló un gruñido.

 

II

 El bar, una especie de bistró de esos que ofrecen comida económica, estaba casi vacío. Me senté en una banqueta en el extremo de la barra y pedí un café, que el camarero me sirvió diligente. «¿Me ayudas?» —escuché que me preguntaban a la derecha—. Volví la cabeza y allí estaba ella, una mano solitaria removiendo un café.

            Me preguntó qué si conocía a Maradona y qué si lo había visto y yo le dije que sí, que se acababa de ir. Tras presentarme, para romper el hielo, le pregunté sobre su amo, y me dijo que la había abandonado en el cielo, a pesar de que mucha de su fama se la debía a ella y, aunque no tenía ojos, lloró amargamente. Me suplicó que si volvía a verlo la llamara y dejó escrito en el polvo de una de las mesas del bar su teléfono.

            Yo le prometí llamarla para intentar la reconciliación. Me despedí y, justo cuando se fue, se abrió la puerta y entró Dios precedido por una cegadora luz y rodeado de cientos de relámpagos gritando con una voz atronadora «Dónde está mi mano», y yo preferí callarme y disimular mientras sus ángeles rebuscaban en las esquinas del bar y en mis bolsillos.   

            Fuera, Diego y la mano jugaban al escondite.

sábado, 1 de mayo de 2021

Conversaciones en la barra de un bar - 2: Mariana Pineda

 

Mariana Pineda, de Juan Antonio Vera Calvo

El bar, una especie de bistró de esos que ofrecen comida económica, estaba casi vacío. Se sentó en una banqueta en el extremo de la barra y pidió un café, que el camarero le sirvió diligente. «¿Me invitas?» —me preguntó una voz femenina—. Volví la cabeza y allí estaba ella, con su bandera bordada.

Me dijo que era Mariana Pineda. Tras presentarme, para romper el hielo, le pregunté si le dolían mucho las laceraciones del cuello y la profunda herida de la nuca. Me dijo que no y me pidió que le ayudara a bordar la bandera. Estaba hecha jirones y solo pude entrever en ella unas letras desmadejadas: «ey Libe guald».

Le pregunté que qué significaba eso y ella me miró perpleja, le pidió una tiza al camarero, extendió la bandera y escribió con violentas e irritantes mayúsculas: «L, RTAD, I AD».

Yo no entendí nada, miré alrededor y desvié mi atención para ver el noticiero en televisión.

Ella recogió la bandera y se fue en busca de quién sabe Dios.

sábado, 24 de abril de 2021

Una nueva civilización

Cocodrilo verde, de Ixrael Montes

Al 
abrir el mueble de debajo del lavadero me encontré un pequeño cocodrilo, al principio pensé que podía ser una lagartija o una salamanquesa, pero no, era un cocodrilo recién nacido que había salido del desagüe. Al verme no se asustó, al contrario, empezó a mover la cola y se me acercó. Lo cogí, lo acaricié, le di algo de comer y se quedó dormido en mi regazo. Desde entonces lo he tratado como un hijo, lo he visto crecer, aprender a leer y escribir, comenzar a salir con amigos, fumarse sus primeros cigarros y presentarme a cada una de sus cuatro novias.

Siempre ha sido uno más de la familia, especialmente desde que a mi marido lo mandaron a la guerra, pero en estos últimos meses lo he notado raro e irritable, como si no quisiera estar en casa. A veces pienso que viene bebido, que me falta dinero de la cartera, hay noches en las que no viene a dormir y otros días los pasa encerrado en su cuarto. Para colmo, mi amiga íntima se ha encaprichado y se acuesta con él.

            Desde que los cocodrilos superaron la gran hecatombe, han aprendido mucho de los humanos.

sábado, 17 de abril de 2021

Fiesta de compromiso

La fiesta, de José Morillo

—Mira, amor mío, la orquesta toca, pero nadie baila, todos están muy serios y algunos lloran.

—Es igual, cariño, bailemos tú y yo.

—Pero es nuestra fiesta, podrían felicitarnos al menos ¿no crees? Solo murmuran sobre de un accidente junto al parking.

—Qué extraño, ahora que lo dices, no me acuerdo de dónde dejamos el coche, es más, he olvidado haber haber aparcado.

—Yo tampoco, mi amor, es que ni siquiera recuerdo habernos bajado. 

sábado, 10 de abril de 2021

Viaje al futuro

    Rush hour, de Don Jakot

La autopista N-50 era más ancha que larga. Tenía doce mil carriles y solo veinte metros de longitud, lo que hizo que en el momento que se superaron los sesenta mil coches se produjera un atasco imposible de resolver, especialmente para los que circulaban por las calles centrales. La solución fue añadir los carriles suficientes para aumentar su capacidad hasta donde hiciera falta. De esa forma cada vez pudieron entrar más coches atraídos más por la curiosidad que por el destino al que los encaminaba, aunque la señalización era clara: 

N-50. AUTOPISTA AL FUTURO. CERRADA POR OBRAS.



sábado, 3 de abril de 2021

Fiesta en mi patio

Jardín de la Casa Sorolla, de Joaquín Sorolla y Bastida

Me bastó la sombra del naranjo, la gama roja, amarilla y blanca de las flores, el aroma de la dama de noche, el frescor de los arriates y el trino de los gorriones para abarrotar los quince metros cuadrados de mi jardín. Acudieron a la cita como invitados —todos ellos muy locuaces— mis recuerdos, mis fobias, mis sueños, mis satisfacciones y enfados, mis anhelos, mis amores pasados y mis promesas futuras. No pararon de hablarme y rodearme en el banco en que, algo abatido, me senté, y que desde detrás de la verja parecía vacío.

viernes, 2 de abril de 2021

Madrugá 2021. Sevilla

Gran Poder(detalle), de José Carlos González (revista El Llamador 2017)

Cuando la sombra del Gran Poder cruzó la umbría noche sevillana rodeado de almas, sueños, siluetas, reflejos y perfiles anónimos, el espectral siseo costalero y los suspiros que, como saetas certeras, se clavaban en los corazones huérfanos de su mirada, transformaron el silencio en añoranza de siglos.