Anochecía en Sierra Mágina y Marta volvió a aquel viejo olivo el que en el invierno de 1939 ella y Jacinto, su novio secreto y rebelde, pasaron noches de desesperación y amor, de miedos y risas.
Escuchó por el camino cómo el viento susurraba la salmodia tantas veces repetida de que se callara, de que él había huido, que se fue y que la había abandonado. Pero ella sabía que eso no fue así y continuó su camino hasta sentarse bajo las ramas amables del árbol que los acogía entonces y donde compartieron los atardeceres de aquellos años felices y difíciles. Notó entonces cómo bajo el tronco sobre el que se apoyaba, una de sus raíces se alzó y removió el suelo pedregoso para que ella pudiera acariciar los restos de aquel joven al que le había prometido amor eterno. De las aceitunas cayeron lágrimas densas, brillantes y amargas, y Marta acarició las iniciales de ambos que, con su navaja, Jacinto grabó junto a un corazón que, ante sus ojos, viró a un rojo intenso.
Presentado al VIII Premio Internacional de relatos del Olivar, aceite de oliva y oleoturismo, en el enlace www.masquecuentos.es
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La ilustración le hice exprofeso para el relato.
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