Marina

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Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

domingo, 23 de mayo de 2021

Conversaciones en la barra de un bar - 2: Molinero

La corrida, de Joan Miró

El bar, una especie de bistró de esos que ofrecen comida económica, estaba casi vacío. Me senté en una banqueta en el extremo de la barra y pedí un café, que el camarero me sirvió diligente. «¿Me ayudas?» escuché que una voz ronca me preguntaba a la derecha—. Volví la cabeza y allí estaba ─astifino, bragado y ojinegro─, empujando con los cueros una bandeja de forraje aderezado con pienso.

Tras presentarse —me dijo que se llamaba Molinero—, me preguntó qué si podía acompañarlo y sacar su ración y el agua a la terraza, que el bar era pequeño para su corpulencia y el camarero lo miraba con malos ojos. No supe que decirle, me resultaba raro, y hasta peligroso, dejar a un toro suelto en la calle, pero me dijo que no me preocupara, que el mayoral estaba haciendo una gestión y que en un minuto volvería.

Me tranquilizó y lo acompañé. Él me estuvo hablando de don Jacinto, el dueño de la finca y de Pablo, el encargado. Me dijo que era muy feliz, que siempre lo habían cuidado mucho, que lo dejaban corretear por el campo y aparearse con las vacas que quisiera, y que le daban de comer más que suficiente.

Ese día, decía, habían sido especialmente dadivosos, y lo habían llevado a ese bar e invitado a forraje y pienso de excelente calidad, condimentado con salsa al Pedro Ximénez. Luego, terminada la comida lo iban a llevar a dar un paseo en un camión con otros cinco amigos y lo iban a soltar en una plaza muy grande. Él estaba feliz con esa aventura y yo no quise amargarle el almuerzo. Cuando llegó don Jacinto le estaba explicando a un amigo que él quería mucho a su ganado, y que lo preparaba muy bien para la lidia, porque si no fuera por la fiesta grande, la raza habría desaparecido.

Al despedirme vi salir del bar a un ganadero que llevaba una ración de bellotas a un cerdo muy hermoso, negro y de patas finas.

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