Marina

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Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

domingo, 9 de mayo de 2021

Conversaciones en la barra de un bar - 2: Maradona

 

La creación de Adán, de Miguel Ángel

I

 El bar, una especie de bistró de esos que ofrecen comida económica, estaba casi vacío. Me senté en una banqueta en el extremo de la barra y pedí un café, que el camarero me sirvió diligente. «¿Me ayudas?» —escuché que me preguntaban a la derecha—. Volví la cabeza y allí estaba él, gordito, sonriendo e intentando abrir un sobre de azúcar con una sola mano.

Me pregunto extrañado qué si no lo conocía, que era Maradona, pero que estábamos en confianza y que lo llamara Diego. Tras presentarme, para romper el hielo, le pregunté sobre su mano, y me contó que era cosa de san Pedro. Me explicó que cuando le pidió las llaves al apóstol, éste le dijo que no, que repasara su vida y entendiera que tenía arreglar las cosas pendientes o ir al infierno; pero que no se conformó, que exigió hablar con Dios, que Éste le dijo que no lo recibiría a no ser que le devolviera lo que era suyo y que, al mirar hacia abajo y ver las llamas del averno, le devolvió su mano.

Le ayudé, abrí el sobre de azúcar y tiré el papel hecho una bola y él le dio tras o cuatro patadas y lo embarcó en la lata de propinas del bar.

El camarero miró ofendido y masculló un gruñido.

 

II

 El bar, una especie de bistró de esos que ofrecen comida económica, estaba casi vacío. Me senté en una banqueta en el extremo de la barra y pedí un café, que el camarero me sirvió diligente. «¿Me ayudas?» —escuché que me preguntaban a la derecha—. Volví la cabeza y allí estaba ella, una mano solitaria removiendo un café.

            Me preguntó qué si conocía a Maradona y qué si lo había visto y yo le dije que sí, que se acababa de ir. Tras presentarme, para romper el hielo, le pregunté sobre su amo, y me dijo que la había abandonado en el cielo, a pesar de que mucha de su fama se la debía a ella y, aunque no tenía ojos, lloró amargamente. Me suplicó que si volvía a verlo la llamara y dejó escrito en el polvo de una de las mesas del bar su teléfono.

            Yo le prometí llamarla para intentar la reconciliación. Me despedí y, justo cuando se fue, se abrió la puerta y entró Dios precedido por una cegadora luz y rodeado de cientos de relámpagos gritando con una voz atronadora «Dónde está mi mano», y yo preferí callarme y disimular mientras sus ángeles rebuscaban en las esquinas del bar y en mis bolsillos.   

            Fuera, Diego y la mano jugaban al escondite.

2 comentarios:

  1. Es curiosa la tendencia del ser humano de apropiarse de partes, objetos, materiales o características.
    Hay ejemplos como "saeta rubia" "zurda de caoba" "músculos de acero" etc...
    Posiblemente Diego Armando apuntó demasiado alto y, claro, vinieron a reclamarle.

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    1. Sí, al final lo mejor es que cada uno se conforme con lo suyo e intente sacarle el máximo partido.

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