Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 11 de septiembre de 2015

La culpa no fue mía

Sin saber por qué, le di un puñetazo. Él protestó indignado y consiguió que me expulsaran del campo. El árbitro no me quiso escuchar, ni entendió que estaba nervioso y tenía que desahogarme ¡A mí, que era el líder, el máximo goleador, la figura estelar del equipo! Ni que decir tiene que perdimos el partido -nunca lo olvidaré- tres a cero, una vergüenza. Si yo hubiera seguido jugando, todo habría sido muy distinto, mi presencia era fundamental y él no era nadie en su equipo.

Nunca se lo perdonaré, él se dejó pegar. 

Campeones de barrio, de Antonio Berni

Falsas apariencias

Tenía los dedos largos y finos, sin durezas, a pesar de su tenaz dedicación a la guadaña.

Dark Angel, de Jeffrey Jones

viernes, 4 de septiembre de 2015

Promesas

La mole catedralicia se iluminó con un rayo cegador, que marcó el inicio de una gran tormenta. Los relámpagos le daban un aspecto fantasmagórico a la imponente fachada, truenos constantes retumbaban haciendo que vibraran las vidrieras y se estremeciera la piedra, y un fuerte vendaval bajó de la montaña a la plaza, con tal intensidad que cedieron las puertas de la catedral y sonaron las campanas, mecidas por el viento como si fueran de papel.

Fue tal la magnitud de la tormenta que la gente, entre asustada y asombrada por el fenómeno, se acercó a la plaza para ver por sus propios ojos lo que estaba ocurriendo. Fue entonces cuando, entre el repicar de las campanas y el rugir del cielo, aparecieron en el balcón central, iluminados por una luz interior, un ángel negro y otro blanco, y con una potente y segura voz se dirigieron al pueblo, que se congregaba a sus pies:

-          Si me seguís -decía el ángel blanco-, os prometo una vida eterna y plena.
-          Disfrutaréis de un sinfín de riquezas -replicaba el ángel negro- y el placer será vuestra nueva y única religión.
-          La seguridad de una vida mejor es lo que obtendréis con mi ayuda.
-          Dadme vuestra confianza y el mundo será vuestro.


Y así, alimentando los deseos y las esperanzas de todo el pueblo, siguieron durante horas y horas, pues hasta el cielo había llegado la revolución democrática y ese día comenzaba la campaña electoral.

Catedral, de Ezequiel Barranco Moreno

Hijo pródigo

"No está mal este licor de almendra amarga que has preparado para celebrar tu vuelta, hijo mío", escuchó decir a su padre mientras se deshacía de los restos de cianuro en el inodoro.

El regreso del hijo pródigo, de Rembrandt

jueves, 27 de agosto de 2015

El maratón del orgullo nacional

El maratón debía comenzar a las siete en punto de la mañana y la convocatoria, que había sido todo un éxito, hacía sentirse felices a los concursantes y a los organizadores del evento.
Se habían inscrito más de tres mil corredores, novecientos ciclistas, trescientos patinadores y otros doce participantes en silla de ruedas. Esperaban impacientes la señal de salida, haciendo el precalentamiento adecuado, y al momento de sonar el disparo, todos los corredores, incluyendo a algunos más que se incorporaron a última hora, estaban ya recorriendo las principales avenidas de la ciudad.

Los premios eran modestos, pero por encima de todo estaba la importancia de participar en tan singular carrera, para la que tanto tiempo llevaban preparándose, con la esperanza de obtener un reconocimiento y una fama por pocos conseguida. El primero que llegara a la meta recibiría una medalla de oro y un viaje de fin de semana con todos los gastos pagados, el segundo su correspondiente medalla de plata y una entrada para un partido de fútbol del equipo local, el tercero la medalla de bronce y un abono para tres entradas de cine y el resto un diploma acreditativo de su participación.

Pero no todos eran corredores, en las aceras se agolpaba el público que no había querido o podido participar, y en las plantas altas de los edificios aledaños se posicionaron los francotiradores inscritos, claramente identificados. Estos últimos también obtendrían medallas, premios y diplomas, dependiendo del número de blancos alcanzados, contabilizándose un punto por cada corredor y dos por cada ciclista o patinador, pero perderían medio punto cada vez que, por error o interés malintencionado o no, dispararan a alguien del público.

Terminada la carrera, tal como estaba previsto, hubo una fiesta popular con gran éxito de asistencia, y las autoridades se dirigieron a los participantes y vencedores con sentidos discursos y felicitaciones. Mientras, los servicios de limpieza quitaban los restos que la carrera había dejado en las calles, que recordaban el escenario de un campo de batalla, de una guerra.
            
            
            De una guerra inútil y absurda…
                       
                        Ilógica…
                                  
                                   Como todas las guerras.

Desastres de la guerra, de Francisco de Goya

Decisión fatal

En un momento de desesperación salió con un cuchillo en la mano dispuesta a matar a cualquiera que se le pusiera por delante. Al reflejarse en el espejo del ascensor no tuvo más remedio que suicidarse.

Suicidio, de Luc Tuymans

viernes, 21 de agosto de 2015

Camino del paraíso

Cruzó la puerta con discreción. En el interior se respiraba un ambiente de recogimiento y silencio, solo roto por  las oraciones de algunos ancianos y el incesante pasear de los turistas por el sagrado recinto.

- ¡Ay, qué larga es esta vida!

Soñaba despierta con que acabara su mísera existencia.

- ¡Ay, qué larga es esta vida!

Sabía que un horizonte luminoso se abriría a sus ojos.

- ¡Ay, qué larga es esta vida!

Repasaba punto por punto las promesas que escuchó a sus mayores.

- ¡Ay, qué larga es esta vida!

Y había llegado el momento de cumplir su misión.

- ¡Y tan alta vida espero…!

Fue su último pensamiento antes de apretar el botón del cinturón.

Mientras, en un apartado lugar, varios ancianos tomaban un té esperando a otras jóvenes para impregnarlas de ideales, y celebraban su macabro rito de odio, mentiras y sinrazón.

Apoteosis de la guerra, de Vasily Vereshchagin

Distinto

Estaba en uno de esos momentos en los que no sabía si se hundía o si aún podría remontar. Entonces, cómo en una visión fugaz, lo comprendió todo, lo aceptó y se aferró a su diferencia tanto tiempo ocultada. En su sonrisa, se podían leer: "Soy yo".

August blue, de Henry Scott Tuke

viernes, 14 de agosto de 2015

No había vuelta atrás

- “Por fin, tras años de desprecio e indecisión, te tengo delante de mí y terminará esta historia”.

Y tras ese soliloquio, dejó la copa en la mesa y un tiro acabó con su obsesión.

El suicidio, de Edouard Manet

Ya nada será igual

Fue un accidente que cambió mi vida. Me quedé dormido conduciendo y de pronto vi una luz cegadora al final del túnel por el que iban pasando, tal como tantas veces nos han contado, los distintos episodios de mi vida: los recuerdos sepia de mi infancia, mi familia y mis primeros amigos, mi antigua casa, mis noches de estudio, etcétera.

Después, tras notar unos golpes secos y acompasados en el pecho, sentí como el aire volvía a refrescar mis pulmones y el túnel y la luz desaparecían. Al abrir los ojos, totalmente confuso, me encontré frente a una joven, con una amplia y radiante sonrisa, que me recibía satisfecha y emocionada.

Desde entonces, todo ha cambiado,  mi única obsesión es encontrar esos labios rojo cadmio.

More ways I, de Pablo Vallejo

viernes, 31 de julio de 2015

Tenía cosas que hacer

Terminado el responso, fui el primero en acercarme a él para despedirme y besarlo por última vez, pero cuando estaba cerca de su cara, noté su aliento agónico y una mirada angustiada y reprobatoria, con la que intentaba decirme lo que su estado catatónico no le permitía. Fue entonces cuando ordené que cerraran inmediatamente la tapa del ataúd.

Esa tarde tenía cita en el banco, estrenaba mi coche y había quedado con el notario para cerrar la compra de mi casa nueva.

Se murió el muerto (detalle), de Kinkin Rocha

Un minuto de gloria

Se entretuvo mirándose al espejo mientras se anudaba la lazada al cuello, y se hizo varios selfies intentando captar lo dramático de la situación.
Terminada la sesión, se sentó y eligió la foto en la que se veía más serio, con gesto de dolor, abotagado, con la lengua fuera y alguna lágrima en la mejilla.
Compartió la foto por facebook, la subió a su blog personal y la envió por wasap a su lista de amigos y familiares, encendió un cigarro, se sirvió una copa y esperó un rato a ver las respuestas, por si le llegaba algún "me gusta", mensaje o emoticono.

Con la copa ya vacía, se levantó, se volvió a poner la lazada al cuello y le dio una patada a la silla en que se había subido.

Sin título, de Pawel Kuczynski.
Obra destacada del mes de junio (mención) en el Taller de Minificciones de Ficticia, con el tema Redes Sociales

viernes, 24 de julio de 2015

Arrepentimiento

Escribió cien veces te quiero y cien veces más, te pido perdón.
Escribió cien poemas de amor y esperanza.
Escribió cien frases con otras tantas promesas: no puedo vivir sin ti, vuelve mi amor, te adoro…


Pero cuando iba a escribir no lo haré más, se le acabó la tinta.

De espaldas al Cristal Roto, de Fernando Núñez

El cazador

Un mosquito descansaba sobre una hoja en la charca, y era observado por un gorrión al que vigilaba un zorro, seguido en ordenada jerarquía por un ave rapaz, un jabalí y un cazador.

Cuando el cazador pisó la charca, voló el mosquito y se arruinó la prometedora cadena alimentaria.

Ante la charca, de Reyes Arribas

viernes, 17 de julio de 2015

Relatividad

- A es igual a B, siendo A un círculo y B un cuadrado, dije en pleno debate científico.
- ¿Nos quiere convencer de que un círculo es igual que un cuadrado?
- Eso es irrevocable, desde mi punto lateral de vista. contesté.

Círculo, triángulo y cuadrado (El Universo), de Sengai Gibon

Recuerdos sepia

Sobre la mesa, un catecismo, un elástico, un lapicero, unas tizas de colores y una vieja foto con todas los niñas, el maestro, el cura y el director. Alrededor seis jóvenes, que eran las únicas que habían cumplido la promesa de toda la clase cuando acabaron sus estudios primarios: “Nos reuniremos el primer sábado de octubre, dentro de veinticinco años -dijeron- con un recuerdo del colegio”.


Al ver sólo cinco cosas en la mesa, la pequeña Julita, que así la llamaban aún, se explicó: "Las vejaciones, burlas, insultos y mi soledad de aquellos tiempos, no cabían en el plumier".

Ausente, de Claudio Gallina

viernes, 10 de julio de 2015

Reencarnación

- Observa esa mariposa, hijo, está haciendo su último vuelo antes de morir. Cuando amanezca mañana puede que sea un olivo o quizás una gardenia, no sé. En sus vidas anteriores fue cangrejo, gato, pantera, un hermoso caballo blanco y un hombre, su primera encarnación.

- ¿Te das cuenta? Siempre vamos mejorando.

The butterfly effect, de Yuri Laptev

Reflejo

Como todos los días desde hacía semanas o quizás meses, volví a la esquina de siempre con la esperanza de verla. Era una tarde brumosa de cielo pesado y gris y yo dejaba pasar el tiempo mirando el escaparate de la librería cuando me pareció ver reflejado su perfecto rostro en el cristal.

Fue un segundo, como una visión fugaz, que me hizo volver la cabeza, para encontrarme por fin con ella… pero ya se había ido.


¿O es que aún no había llegado?

Morning in Monaco, de Tom Blackwell

viernes, 3 de julio de 2015

Compraventa de palabras - II

Dinero fácil

TENGO HAMBRE
"Doña Rosario abandonó su antigua casa, gritando "tengo hambre" y cargando la vieja maleta tras el funcionario. Respiró profundamente y se despidió sin volver su cansada vista atrás. Mientras algunos hermosos y desaliñados jóvenes gritaban e intentaban animarla…".

Así comenzaba el cuento con el que obtuve un importante premio en metálico que marcó el inicio de mi historia. Encontré entonces un concurso literario de esos que te limitan el número de palabras. Siguiendo el consejo de una amiga, reenvié el cuento, pero suprimiendo los adjetivos, que aportaban poco, y que además podría venderlos en una cercana feria de palabras que se celebraba en la localidad.

TENGO HAMBRE
"Doña Rosario abandonó su casa gritando "tengo hambre" y cargando su maleta tras el funcionario. Respiró profundamente y se despidió sin volver su vista atrás. Mientras algunos jóvenes gritaban e intentaban animarla…"

Con la venta de los adjetivos conseguí mantener mi ritmo de vida. Cuando se fue acabando el dinero, puse un anuncio en la prensa: "se venden artículos, conjunciones y preposiciones, por la compra de tres, regalo un adverbio". Con las palabras que quedaban, ajusté el texto, que ya resultaba de  difícil comprensión.

TENGO HAMBRE
"Doña Rosario abandonó su casa, gritando "tengo hambre"  cargando maleta  funcionario. Respiró, se despidió. Jóvenes intentaban animarla…"

Pero tuve que vender los verbos en el rastrillo para mantener mi ritmo de vida.

TENGO HAMBRE
"Doña Rosario su casa  "hambre"  maleta  funcionario. Jóvenes…"

Cuando vi que el cuento carecía de sentido, decidí parcelarlo y venderlo por palabras.

TENGO HAMBRE
"Doña  su casa. Jóvenes…"
"Doña, casa Jóvenes…"
"Doña…"

Al final, solo quedaron el título y los signos de puntuación. Vendí estos últimos y escribí cuidadosamente el título en un pedazo de cartón, que puse con sumo cuidado, junto a una lata vacía en el suelo:


TENGO HAMBRE

Sin título, de Ezequiel Barranco Reina

Compraventa de palabras - I

Acopio

Don Antonio vivía en un pequeño pueblo, y la monotonía de su existencia y su pobreza de espíritu lo habían convertido en una persona huraña y taciturna.

Había recibido una importante herencia y estaba pensando como invertirla cuando escuchó el pregón de un viajante que presumía de tener a la venta todas las palabras del castellano, para el uso y disfrute exclusivo del comprador. Decidió probar y compró "cordojo y merculino", palabras que ya nadie volvió nunca a usar. Siguió comprando, primero rarezas o palabras en desuso "gangilón, tenería, morillero", luego otras poco utilizadas "evanescente, ínfula, légamo" y así hasta las más frecuentes y necesarias. Cuando el maestro compró la palabra "pan", por ejemplo, en el mercado la fueron sustituyendo sucesivamente por "hogaza, panecillo, chusco, barra, trenza, zapata, chapata, pistola, pistolín", hasta que el panadero y los clientes tuvieron que entenderse por señas. Y así siguió comprando nuevas palabras, memorizándolas y ar chivándolas por riguroso orden alfabético.

Un día, los habitantes del pueblo llamaron a su casa y, por señas, le pidieron la devolución de, al menos, las palabras necesarias para su subsistencia. Don Antonio, con una mirada altiva y una sonrisa burlona, comenzó una retahíla incomprensible para todos "a, abad, abajo, abalanzar, abalorio, abanderado, abandonar, abanico, abaratar…", que siguió incansable hasta que sus paisanos abandonaron la plaza, cuando aún no había llegado a la letra B.


Pasó el tiempo y habiendo gastado toda su fortuna, murió arruinado y rodeado por miles de papeles y suciedad, y el viajente aprovechó para entrar furtivamente en la casa y llevarse todas las palabras, ya en desuso, para completar así su cada vez más rico Museo de Lenguas Muertas, que ampliaba cada día con colecciones de todo el mundo.

Palabras perdidas, de Jorge Luna