Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 31 de julio de 2015

Un minuto de gloria

Se entretuvo mirándose al espejo mientras se anudaba la lazada al cuello, y se hizo varios selfies intentando captar lo dramático de la situación.
Terminada la sesión, se sentó y eligió la foto en la que se veía más serio, con gesto de dolor, abotagado, con la lengua fuera y alguna lágrima en la mejilla.
Compartió la foto por facebook, la subió a su blog personal y la envió por wasap a su lista de amigos y familiares, encendió un cigarro, se sirvió una copa y esperó un rato a ver las respuestas, por si le llegaba algún "me gusta", mensaje o emoticono.

Con la copa ya vacía, se levantó, se volvió a poner la lazada al cuello y le dio una patada a la silla en que se había subido.

Sin título, de Pawel Kuczynski.
Obra destacada del mes de junio (mención) en el Taller de Minificciones de Ficticia, con el tema Redes Sociales

viernes, 24 de julio de 2015

Arrepentimiento

Escribió cien veces te quiero y cien veces más, te pido perdón.
Escribió cien poemas de amor y esperanza.
Escribió cien frases con otras tantas promesas: no puedo vivir sin ti, vuelve mi amor, te adoro…


Pero cuando iba a escribir no lo haré más, se le acabó la tinta.

De espaldas al Cristal Roto, de Fernando Núñez

El cazador

Un mosquito descansaba sobre una hoja en la charca, y era observado por un gorrión al que vigilaba un zorro, seguido en ordenada jerarquía por un ave rapaz, un jabalí y un cazador.

Cuando el cazador pisó la charca, voló el mosquito y se arruinó la prometedora cadena alimentaria.

Ante la charca, de Reyes Arribas

viernes, 17 de julio de 2015

Relatividad

- A es igual a B, siendo A un círculo y B un cuadrado, dije en pleno debate científico.
- ¿Nos quiere convencer de que un círculo es igual que un cuadrado?
- Eso es irrevocable, desde mi punto lateral de vista. contesté.

Círculo, triángulo y cuadrado (El Universo), de Sengai Gibon

Recuerdos sepia

Sobre la mesa, un catecismo, un elástico, un lapicero, unas tizas de colores y una vieja foto con todas los niñas, el maestro, el cura y el director. Alrededor seis jóvenes, que eran las únicas que habían cumplido la promesa de toda la clase cuando acabaron sus estudios primarios: “Nos reuniremos el primer sábado de octubre, dentro de veinticinco años -dijeron- con un recuerdo del colegio”.


Al ver sólo cinco cosas en la mesa, la pequeña Julita, que así la llamaban aún, se explicó: "Las vejaciones, burlas, insultos y mi soledad de aquellos tiempos, no cabían en el plumier".

Ausente, de Claudio Gallina

viernes, 10 de julio de 2015

Reencarnación

- Observa esa mariposa, hijo, está haciendo su último vuelo antes de morir. Cuando amanezca mañana puede que sea un olivo o quizás una gardenia, no sé. En sus vidas anteriores fue cangrejo, gato, pantera, un hermoso caballo blanco y un hombre, su primera encarnación.

- ¿Te das cuenta? Siempre vamos mejorando.

The butterfly effect, de Yuri Laptev

Reflejo

Como todos los días desde hacía semanas o quizás meses, volví a la esquina de siempre con la esperanza de verla. Era una tarde brumosa de cielo pesado y gris y yo dejaba pasar el tiempo mirando el escaparate de la librería cuando me pareció ver reflejado su perfecto rostro en el cristal.

Fue un segundo, como una visión fugaz, que me hizo volver la cabeza, para encontrarme por fin con ella… pero ya se había ido.


¿O es que aún no había llegado?

Morning in Monaco, de Tom Blackwell

viernes, 3 de julio de 2015

Compraventa de palabras - II

Dinero fácil

TENGO HAMBRE
"Doña Rosario abandonó su antigua casa, gritando "tengo hambre" y cargando la vieja maleta tras el funcionario. Respiró profundamente y se despidió sin volver su cansada vista atrás. Mientras algunos hermosos y desaliñados jóvenes gritaban e intentaban animarla…".

Así comenzaba el cuento con el que obtuve un importante premio en metálico que marcó el inicio de mi historia. Encontré entonces un concurso literario de esos que te limitan el número de palabras. Siguiendo el consejo de una amiga, reenvié el cuento, pero suprimiendo los adjetivos, que aportaban poco, y que además podría venderlos en una cercana feria de palabras que se celebraba en la localidad.

TENGO HAMBRE
"Doña Rosario abandonó su casa gritando "tengo hambre" y cargando su maleta tras el funcionario. Respiró profundamente y se despidió sin volver su vista atrás. Mientras algunos jóvenes gritaban e intentaban animarla…"

Con la venta de los adjetivos conseguí mantener mi ritmo de vida. Cuando se fue acabando el dinero, puse un anuncio en la prensa: "se venden artículos, conjunciones y preposiciones, por la compra de tres, regalo un adverbio". Con las palabras que quedaban, ajusté el texto, que ya resultaba de  difícil comprensión.

TENGO HAMBRE
"Doña Rosario abandonó su casa, gritando "tengo hambre"  cargando maleta  funcionario. Respiró, se despidió. Jóvenes intentaban animarla…"

Pero tuve que vender los verbos en el rastrillo para mantener mi ritmo de vida.

TENGO HAMBRE
"Doña Rosario su casa  "hambre"  maleta  funcionario. Jóvenes…"

Cuando vi que el cuento carecía de sentido, decidí parcelarlo y venderlo por palabras.

TENGO HAMBRE
"Doña  su casa. Jóvenes…"
"Doña, casa Jóvenes…"
"Doña…"

Al final, solo quedaron el título y los signos de puntuación. Vendí estos últimos y escribí cuidadosamente el título en un pedazo de cartón, que puse con sumo cuidado, junto a una lata vacía en el suelo:


TENGO HAMBRE

Sin título, de Ezequiel Barranco Reina

Compraventa de palabras - I

Acopio

Don Antonio vivía en un pequeño pueblo, y la monotonía de su existencia y su pobreza de espíritu lo habían convertido en una persona huraña y taciturna.

Había recibido una importante herencia y estaba pensando como invertirla cuando escuchó el pregón de un viajante que presumía de tener a la venta todas las palabras del castellano, para el uso y disfrute exclusivo del comprador. Decidió probar y compró "cordojo y merculino", palabras que ya nadie volvió nunca a usar. Siguió comprando, primero rarezas o palabras en desuso "gangilón, tenería, morillero", luego otras poco utilizadas "evanescente, ínfula, légamo" y así hasta las más frecuentes y necesarias. Cuando el maestro compró la palabra "pan", por ejemplo, en el mercado la fueron sustituyendo sucesivamente por "hogaza, panecillo, chusco, barra, trenza, zapata, chapata, pistola, pistolín", hasta que el panadero y los clientes tuvieron que entenderse por señas. Y así siguió comprando nuevas palabras, memorizándolas y ar chivándolas por riguroso orden alfabético.

Un día, los habitantes del pueblo llamaron a su casa y, por señas, le pidieron la devolución de, al menos, las palabras necesarias para su subsistencia. Don Antonio, con una mirada altiva y una sonrisa burlona, comenzó una retahíla incomprensible para todos "a, abad, abajo, abalanzar, abalorio, abanderado, abandonar, abanico, abaratar…", que siguió incansable hasta que sus paisanos abandonaron la plaza, cuando aún no había llegado a la letra B.


Pasó el tiempo y habiendo gastado toda su fortuna, murió arruinado y rodeado por miles de papeles y suciedad, y el viajente aprovechó para entrar furtivamente en la casa y llevarse todas las palabras, ya en desuso, para completar así su cada vez más rico Museo de Lenguas Muertas, que ampliaba cada día con colecciones de todo el mundo.

Palabras perdidas, de Jorge Luna



viernes, 26 de junio de 2015

Cuéntame un cuento (homenaje a santa Teresa)

Muerto el rey, su hijo Conrad, heredero de la corona, encerrado por orden de la malvada Reina, se lamentaba en la mazmorra -"¡Ay, qué larga es esta vida, que duro este destierro!"- y cada noche, gritaba a la luna su triste salmodia: "¡Qué muero porque no muero!".
Ocurrió que Graciela, una joven de un cercano reino a la que conocían como, la Princesa Valiente, lo oyó gritar -"¡Abrid esta cárcel, romped estos hierros en que mi alma está metida!"-, y decidió ayudar al cautivo y a los campesinos, que entendían que la desesperanza del joven era su propio dolor.
Graciela fue al palacio para exigir su liberación y, ante la negativa de la Reina, volvió con un numeroso ejército que planteó una cruenta batalla. Conrad no descansaba -"solo esperar la salida me causa dolor tan fiero"- decía al escuchar la algarabía de la lucha. Finalmente el joven heredero fue liberado y la Reina huyó.
Meses después Graciela y Conrad se casaron y para siempre vivieron felices y comieron perdices.


Dicen que a Santa Teresa, de niña, le gustaba que su padre le contara este cuento cada noche, antes de dormir.

Santa Teresa siendo niña, Anónimo.

Otra tarde gris

Al fondo, la barra protegía la mirada perdida del camarero, que esperaba a un cliente que rompiera la monotonía de otra tarde gris. A su espalda licores, cansancio y desesperanza y de frente la puerta siempre abierta por la que sólo pasaban algunos rostros inexpresivos.

Ella entró en el bar, en frente la barra protegía su mirada perdida con la idea de que una copa rompiera la monotonía de otra tarde gris. De frente licores, cansancio y desesperanza. A su espalda una puerta siempre abierta por la que sólo pasaban algunos rostros inexpresivos.


El silencio sólo lo rompió el tintineo del hielo en la copa.

Madalaine o la absenta, de Ramón Casas

viernes, 19 de junio de 2015

Con su permiso...

- "Usted es el primero que la abre y ahora debe asumir su responsabilidad. En este momento debe de haber cientos, miles de personas que le seguirán y querrán cruzar esa puerta, cada una con sus pretensiones, con sus quejas y sus reclamaciones, y todo por su culpa ¿no lo entiende?".

- "Claro que lo comprendo, pero puede que muchos, como pienso que es mi caso, tengan razón en esas peticiones, es usted el que no quiere entender".


- "Pues claro que lo entiendo, ¡Por eso no debía haberla abierto nunca!".

Llamador, de Ezequiel Barranco Moreno

La trucha

La trucha se deslizaba tranquila en el remanso de un río fronterizo. En una ribera, Denis gritaba acalorado a Yev, que escuchaba paciente desde la otra orilla.

- "De acuerdo, son aguas internacionales y ambos tenemos derecho a esa trucha, pero si la coges tú, yo la pierdo y eso no sería justo, como tampoco lo sería que la cogiera yo.
- "Tengo hambre, Denis, podemos compartirla o coger una cada uno. El río está lleno".
- "No Yev, bajo ningún concepto la compartiremos, el primero que la tocara sería su dueño aunque fuera un solo segundo y eso sería irrefutable ante futuras exigencias. Coger dos en vez de una es simplemente multiplicar el problema y si nos basamos en que el río está lleno, estaríamos hablando del todo y no de la parte. El todo es como nuestro código ético, es cuestionable, pero no negociable como la parte... Piénsalo".


Mientras, la trucha se deslizaba tranquila en el remanso del río fronterizo.

Corriente de la trucha en el Tyrol, de John Singer Sargent

La muñeca

En realidad, esto del amor no tenía ninguna lógica ¿Quien iba a decir que iba a terminar enamorándose de una muñeca? Y sin embargo, así fue.

Le explicaba a su familia que sólo quería estar con ella, que no le hacía daño a nadie:
"Pensadlo, no es incomprensible, es hermosa, grácil y siempre está aquí, junto a mí, con su blusa rosa brillante y esa tierna sonrisa. Os parecerá ilógico, pero ha ocurrido".


Ellos lo escuchaban pacientes, lo veían feliz y por ello respetaban sus sentimientos. Lo que nunca consiguió es que comprendieran que era un amor correspondido.

Muñeca y rosas, de Josefa Sánchez

viernes, 12 de junio de 2015

Chica de ayer

La tenía delante, con sus pantalones acampanados, su larga melena rubia y con esa descarada sonrisa que era la pura imagen de la felicidad.

Al extender su brazo para acariciarla notó que el espejo estaba resquebrajado y turbio por el polvo de tantos años acumulado. En silencio, acompañada solo por sus recuerdos y por ese dolor constante de espalda que la atormentaba, se volvió al calor de la mesa camilla.

Hippy, de Rebecca Sánchez

La araña

Margarita, que así se llamaba la araña, había construido su casa en el salón de Doña Mariana. Era una araña agradecida, pensaba que si todos los humanos se parecían a la anciana, no había por qué criticarlos. Doña Mariana la había acogido en su casa junto a otros animales. La cuidaba y hablaba con cariño e incluso cuando limpiaba evitaba pasar por su esquina, para no dañar la tela de araña, cada vez más espesa y acogedora.

Margarita era feliz con su sosegada vida en la que ya ni tenía que salir de caza, ya que Doña Mariana le servía cada día la ración necesaria de moscas para su manutención. Pero Margarita se sentía cada vez más débil y cuando supo que  doña Mariana mataba las moscas con insecticida, ya era demasiado tarde. Margarita murió envenenada.

Aracne, de Gustave Doré

Hogar

Recuerdo la casa con una luz tamizada por cortinas tupidas y oscuras. Los muebles eran antiguos y las estanterías estaban llenas de adornos pasados de moda, de esos que ahora llaman “vintage”, aunque en realidad sólo eran objetos de escaso valor. El salón era grande, tenía un sofá y cuatro sillas y un aparador de estilo castellano, con su mueble bar y la  televisión, habitualmente encendida aunque nadie la viera. Al fondo mi cuarto y el sobrio dormitorio de madera de nogal de mis padres, en el que destacaba la imponente figura de un crucifijo en el que se habían esmerado en resaltar todos los estigmas de la pasión.

He tenido la oportunidad de volver al cabo de los años, los propietarios que la compraron la habían puesto en venta y no resistí la tentación de curiosear. Fue una experiencia extraña, nada más entrar me impresionó la claridad y el color blanco que dominaba cada una de las estancias, desde mi punto de vista algo excesivo, y el gusto  minimalista en el mobiliario y la decoración. Sólo la distribución de las habitaciones me permitió encontrar alguna conexión con ese entorno en el que tantos años viví.


Me sentí decepcionado pero, al cerrar la puerta, me pareció oír unas pisadas infantiles y una voz que decía “vuelve pronto”.

Interior salón azul, de Manuel García Blázquez

viernes, 5 de junio de 2015

Ajuste de cuentas

Pese a que era mucha la gente que se concentró en la plaza, se percibía un profundo silencio, como si nadie quisiera destacar o ser reconocido, aunque tampoco se atreviera a irse por miedo a llamar la atención.

En el centro, un cuerpo inerte y ensangrentado se balanceaba suspendido de una farola. Del cuello le colgaba un cartel en el que se leía: "el próximo serás tú".

Pánico, de Aurelia Garay

El ramo

- Mira, sobre la mesa roja del centro del salón, como si lo hubieran dejado caer, hay un hermoso ramo de flores. Míralas bien: esas flores blancas rutilantes, los capullos a punto de abrirse, esas hojas verdes llenas de vida, el olor a jazmín que llena la habitación y embriaga…

- Pero ¿qué dices? Si sólo son cuatro flores marchitas y algunos pétalos secos.


- Bueno, perdona, quizás tengas razón… es que no las estaba mirando.

Flores secas, de Germán Muñoz Gutiérrez

Desamor

Recuerda ciertos momentos lejanos de esperanza y felicidad, pero también vive con resignación los días pasados de engaños e infidelidades, de ausencias injustificadas, de soledad, de desprecio y de miedo en las noches de alcohol y palizas… y entonces maldice en silencio su suerte y su entrega de tantos años, sin haber recibido siquiera el beneficio del reconocimiento.

Hoy, en el humilde dormitorio que ambos comparten, bajo la luz mortecina del atardecer tamizada por el viejo visillo, su rabia estalla y el desamor se muestra paciente y callado mientras le pone la crema en los talones, le cambia los pañales y le da la papilla.

El último viaje, de Emma Cano