Desde el día del naufragio, cada mañana encontraba en el
jardín un canasto lleno de peces, sujetos con una cinta blanca. «Tiene que ser
un regalo de la pequeña —me decía mientras lo recogía—, no quiere que la
olvidemos». Lo guardaba y se iba al puerto, donde pasaba horas mirando en
silencio el horizonte, hasta que un día ya no volvió. Supongo que quiso irse
con ella, nunca se perdonó la idea de celebrar en un barco la primera comunión
de la pequeña.
Chica con una cesta de pescado, de Pierre-Auguste
Renoir
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Pequeñas decisiones que marcan vidas
ResponderEliminarMinutos que se convierten en años.
ResponderEliminarAños que se convierten en losas
ResponderEliminarLas decisiones que se toman traen consecuencias que, sean las que sean, ha que aceptarlas porque no queda otro remedio.
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