La última vez que lo vi iba tambaleándose por el filo de la
carretera. Me acerqué a él, iba arrastrando la chaqueta, mal vestido, sucio y
con aliento a alcohol. Lo llamé, pero él se volvió, comenzó a chillarme e
insultarme y me dijo que me fuera, que lo dejara en paz y, que no me acercara a
su mujer, que sabía lo que había entre nosotros y otra serie de barbaridades.
Le hice caso, me volví y lo dejé allí, camino del puente y
me monté en el coche, muy enojado por sus insultos y porque sabía que en cuanto
llegara a su casa borracho como estaba, lo pagaría con ella. Entonces noté un
fuerte golpe y me bajé, pero solo pude ver las marcas de unos neumáticos en la
calzada.
No escuché ni vi nada más, ni en el puente ni en el lecho
del río. Lo que no sé —se lo juro señor comisario—, es como pudo llegar esa
mancha de sangre al parachoques de mi coche.
Autorretrato, de Alfonso Ponce de León
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No lo sabe, dice. Pero, su Pero su subconsciente y -seguro- su deseo no piensen igual
ResponderEliminarLa perspicacia de un buen abogado resolverá el caso, pero pinta mal, aunque el protagonista, en el fondo, pueda estar satisfecho, haya sido él o no.
EliminarTendría que haber mirado mejor, pudo ser un animal. El CSI hizo bien su trabajo?, de quién era la sangre?
ResponderEliminarSiempre hay que fiarse de la primera impresión.
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