Comenzó el día muy excitado, ya que por fin había encontrado
la manera de salvar al mundo. Estaba tan seguro que incluso había conseguido resumirlo
en quince folios, en los que quedaban meridianamente claros, los problemas que
lo aquejaban y cómo podrían superarse en un plazo no mayor de tres meses.
Se puso a trabajar con tal entusiasmo que consiguió reunir
un mes más tarde a influyentes dirigentes para que escucharan su propuesta.
Sólo había un problema, estaba seguro de que cuando comenzara su discurso, se
pondría nervioso, mezclaría las palabras, titubearía y desdibujaría los
mensajes. Intentaba tranquilizarse, pero parecía que le hablaban desde su
interior: "No podrás, no sabrás decirlo, nunca has sabido leer".
Llegada la hora, se puso en pie detrás del atril y ante la
mirada de tan influyente foro, comenzó a leer algo dubitativo, aunque pronto
fue tranquilizándose y conforme avanzaba su intervención, fue ganando su seguridad,
no sin cierta desesperanza: “Puede que no sepa leer —pensaba—, pero ellos
tampoco saben escuchar”.
La retórica, de Pieter Isaacsz
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1*: Es importante tener confianza en uno mismo
ResponderEliminar2* (y más importante) es peor el que no sabe lo que dice y que haya personas que le dan la razón
3* proverbio: "si el sabio reprueba, malo; si el necio aplaude, peor"
Sabio proverbio en un época en la que cada vez más, el necio aplaude al necio y el sabio calla o no es escuchado.
ResponderEliminarEl pánico escénico hay que vivirlo, es horrible, sólo ante ellos.
ResponderEliminarDa igual el público que tengas, ellos creeran lo que digas mientras no te vean dudadr
No creo que sea tanto. Hay mucos imbéciles, delincuentes, mentirosos o ignorantes seguros de sí mismos, pero terminan descubriéndose. Creo.
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