En un bar cercano a la plaza, de esos de barra de madera
oscura, sillas de enea, carteles de feria y una gran cabeza de toro presidiendo
una especie de altar en el que se exponían, sobre un mantoncillo, catavinos,
botellas de manzanilla y un plato de queso y jamón, escuchaba Romero a Centeno,
su amigo de copa, fiesta y tertulia, que no había podido acudir a la corrida.
—
Me alegra verlo, querido Centeno.
—
Aquí estoy, como siempre, otra tarde de feria, corrida
y manzanilla.
—
¿Qué tal fue? — preguntó Centeno mientras se servía
otra copa.
—
Bueno, no estuvo mal. Se había colgado el cartel de no
hay billetes y la expectación era máxima por ver a Manzanero. Cuando sonaron
los clarines y se abrió la puerta del toril salió el diestro, confuso y cegado
por el sol. La plaza estaba preciosa, la tarde está fresca y el sol iluminaba
el amarillo del albero, contrastando con los colores zaíno, cárdeno, colorao y jabonero de las gradas, todo
un espectáculo. Entonces apareció Manzanero…
—
Ese Manzanero se gana así a la gente —interrumpió Centeno—,
parece un actor, siempre en las portadas de las revistas de corazón.
—
Manzanero lo recibió a puerta gayola —continuó Romero— y con el valor habitual en él y unos elegantes
pases con la cola, llevó al diestro al centro de la plaza. Ya se había ganado
al público y se oyeron los primeros aplausos.
—
Siempre igual, un pase bien dado y parece que ha hecho
la corrida del siglo.
—
Bueno, no hizo una mala faena. Cambió el tercio y
salieron los picadores, dos toros bravos con su malla rodeados de perros que acosaban
al diestro. Fue magistral, más que morderle le daban pequeñas dentelladas, ya
sabes, para que sangre un poco y se le quite la congestión y, de camino,
irritarlo y que esté más agresivo. Manzanero se lució, con tres pases de rabo
hizo unos quites preciosos. Fue lo mejor de la corrida.
—
¿Y las banderillas?
—
Dos pitonazos en el lomo y nos temimos que se viniera
abajo, pero el diestro era combativo y siguió embistiendo.
—
A mí me gusta ver las corridas en la plaza —medió Centeno—,
en la televisión acercan tanto la cámara que sobrecoge la presencia de tanta
sangre y el sufrimiento de los diestros.
—
No seas pusilánime, está demostrado que el diestro no
sufre y, además, la vida de regalo que tienen en sus fincas hasta ese día no va
a ser gratuita
Fuera grupos de jóvenes se manifestaban en la puerta de la
plaza contenidos por unos veinte morlacos, e increpaban a los toros y vacas que
comenzaban a abandonar la plaza. A poca distancia, algunas reses apoyaban a los
manifestantes.
—
Pero ahí se acabó todo, Manzanero no cejaba en su
intento de sacarle partido al diestro, pero a éste se le veía agotado, sin
ganas, siempre pegado a la barrera. Enseguida se empezaron a oír bramidos y
mugidos entre el público y comenzaron a caer algunas almohadillas, y Manzanero
se decidió a matar.
—
No es esa una de sus habilidades —sentenció Centeno.
—
Seis pitonazos dio y al final el diestro tuvo que
recibir tres puntillazos en el cérvix. Cuando salieron las mulas le silbaron y
Manzanero se fue saludando desde el centro de la plaza, entre pitos y aplausos,
con una oreja que, creo que de forma injustificada, le había concedido la
presidencia.
Terminada la botella de Manzanilla, Romero y Centeno
salieron del bar y dieron una vuelta para evitar a los manifestantes y la bulla
de la puerta de la plaza.
—
Bueno, Romero, me voy que quiero acercarme a la
carnicería, a ver si cojo un buen solomillo, antes de que salga toda la gente.
—
No merece la pena, es una carne muy roja y dura, tras
el esfuerzo está el diestro tan congestionado, que su carne es prácticamente
incomible, salvo que prepares un buen guiso, a fuego lento y sin prisas.
Corrida, de Pablo Ruiz Picasso.
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Arte y cultura. El torero no sufre, Digan lo que digan los comehierbas
ResponderEliminarMe gusta Eze
Es lo que dicen, a mi me cuesta trabajo creer que un toro, si pudiera hablar, de las gracias en la plaza.
EliminarUna visión distinta, pero la fiesta es la fiesta y debe continuar. el circo está ahora en nuestros gonernates, la Fiesta ha pasado a un segundo plano
ResponderEliminarNinguna fiesta basada en la crueldad o el engaño debería existir, pero mientras se llene el circo y se mueva dinero, el tema quedará fuera de debate.
EliminarAl menos los políticos han elegido ser como son (buenos o malos, legales o ilegales) y lo hacen por su beneficio (y por el nuestro), pero el toro ni elige ni se beneficia.
El debate taurino-antitaurino es absurdo, nunca hay consenso, pero lo que es un hecho incontestable es que la fiesta, más pronto que tarde (yo pienso que lo veré) se acabará.