Aunque hacía un frío tremendo, nadie pensaba que en esa
feria de abril se Sevilla pudiera caer una gran nevada. Muchos no se dieron cuenta hasta que notaron que su
copa de manzanilla se cubría con una fina capa de hielo, lo que celebraron con
jolgorio, pero en las calles y, poco a poco, en el interior de muchas casetas,
el frío se hizo evidente, las mujeres cubrieron sus hombros con el mantoncillo,
los hombres se cerraron la chaqueta y los que tenían niños pequeños, se fueron
a casa.
En el exterior, los coches de caballos fueron desapareciendo
y la animación decreció, hasta quedar las calles del real prácticamente vacías.
Pero los buenos feriantes no son fáciles de derrotar y en pocos minutos
aparecieron algunos paseando con sus esquíes y otros consiguieron unos trineos
en los que se pavoneaban llevando a la grupa a sus mujeres vestidas para la
ocasión con trajes de faralaes de vivos colores que destacaban sobre la nieve
acumulada.
Sobre la marcha cada caseta comenzó a hacer sus muñecos de
nieve a los que vistieron de gitana, de corto o de torero y el propio
ayuntamiento, animado por el espíritu jovial de
los feriantes, decidió cambiar los farolillos por estrellas y bolas de
colores y hacer un gran muñeco de nieve, de quince metros de altura delante de
la portada.
Fue una de las ferias más celebrada, aunque no de bailaron
sevillanas ni hubo corridas de toros, pero la animación solo duró unos días, ya
que la temperatura alcanzó los veinte grados bajo cero, el ferial se convirtió
en una inmensa pista de patinaje, las casetas parecían congeladores y los
cacharritos dejaron de funcionar. Pero todos la recordarán, especialmente por
las fotos delante de la portada y del inmenso muñeco de nieve que nieve que el
alcalde había mandado levantar, y que había batido el ré
Al final de la feria el temporal comenzó a ceder y el recinto
ferial, ya vacío, a normalizarse, la nieve desapareció y las calles recuperaron
su color albero, las lonas de las casetas se secaron y reapareció el brillo en
los multicolores cacharritos, que comenzaron a desmontarse lentamente.
En poco tiempo la feria del frío fue solo un recuerdo, nada
quedó que rememorara aquellos días extraños, nada salvo el muñeco de nieve que
se mantuvo erguido, emanando un frío polar y respondiendo con media sonrisa a
aquellos que, llevados por la curiosidad, se acercaban a verlo y fotografiarse
con él.
En la feria, de Gonzalo Bilbao. |
Curioso escenario, bastante improbable. No obstante los sevillanos seguro que le sacan partido, como a casi todo.
ResponderEliminarEl tiempo pasa. Todo deja huella.
EliminarAsí somos los sevillanos, feriantes ante cualquier temporal. sabemos sacar lo mejor en las peores condiciones. ole y ole
ResponderEliminarSeguro que en los alrededores de la feria comenzaron a verse puestecillos con bufandas, gorras y paraguas.
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