Le daban una buena pasta por el capricho de los hijos del
anciano, lo habían contratado para lidiar un toro en el patio porticado de su
palacio y aceptó, por el dinero y por el viejo, que le daba pena, decía. Ya ves,
son siete hermanos y, en vez de acompañar a su padre el día de su centenario,
que coincidía con el sábado de feria, por muy ocupados que estuvieran en su
trabajo, adornaron el patio con farolillos, lo llenaron de albero, y contrataron
al “Niño de Alcalá”, el torero de moda, y le organizaron una corrida, como si
él, que tiene la cabeza perdida desde hace años, se fuera a enterar de algo,
por muy aficionado a los toros que hubiera sido.
Al abrir la puerta de toriles, o sea del camión, el toro
salió como una fiera pero de pronto se paró, en medio del patio, mirando al
diestro que, inmóvil, parecía el Apolo de mármol que hay en el atrio del
palacio, pero con cara de miedo. Así se quedaron un largo rato y el señor,
mientras, dormido como un tronco en su sillita hasta que me lo llevé al cuarto
y lo acosté. Yo creo que "El Niño" tuvo miedo y que cuando vio que me
llevaba al viejo, una alcayata que no había abierto los ojos en ningún momento,
no se lo pensó dos veces, dio la "espantá", y se fue se fue, dejando
al toro en el patio y el dinero junto a una columna, que cobarde sí era, pero
ladrón no.
Llamé a los hijos y les dije que el señor había disfrutado
mucho, que el maestro estuvo muy artista y que el toro había sido una fiera muy
noble. Lo cierto es que me guardé el dinero y llamé a Marcial, ya sabéis como
es, en su juventud estraperlista, ladronzuelo, proxeneta y timador, y hoy es dueño de una carnicería que
le habían traspasado como pago a un préstamo y deudas de juego, y un digno
ciudadano que se ha afiliado al partido para obtener subvenciones para
contratos inexistentes y que se quiere presentar a las elecciones. Le vendí el
toro y todos felices, el torero durmió tranquilo, los hijos contentos de haber
hecho feliz al padre, Marcial, que hoy anuncia ofertas de chuletones de buey de
Kobe y solomillo de ternera gallega, vendiendo la carne a precio de oro y yo con mi
dinero. Fue una gran velada.
Torero, de Ignacio Pinazo
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Aquí el verdadero artista fue el mayordomo.
ResponderEliminarUn artista y un miembro de la galería nacional, junto al carnicero, los hijos y el pobre viejo.
EliminarAsí nos resarcimos de nuestros remordimientos...con unas perras. El fin justifica los medios?
ResponderEliminarCada uno fue a lo suyo. Una historia triste pero no siempre es así. Pienso que en la maoría de las familias el apoyo de unos a otros es incuestionable.
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