Lucrecia era una niña inteligente
que, desde muy pequeña, sintió la llamada de Dios. Muy joven, ingresó en un
noviciado de las Teresianas. Allí fue plenamente feliz, dedicada a la oración,
a las labores de la huerta y a ayudar a los necesitados, y comenzó a escribir
textos, fruto de sueños y visiones, que ella recopilaba bajo el nombre “Mis
Conversaciones con Cristo”. Cuando se los enseñó a la madre superiora la envió
a su celda recriminándole su falta de humildad.
Incómoda con las normas de la comunidad, Lucrecia se salió del convento y, tras un largo peregrinaje en busca dela
Verdad , se fue a la finca de su familia, a la que dotó de una
pequeña capilla, un comedor y unas veinte pequeñas celdas, con un catre, una
mesa y una silla. Así nació la casa fundacional de Las Hijas de la
Palabra , que solo ella habitó.
Escribió al Papa y al Rey, predicó y arengó al pueblo, editó sus “Conversaciones con Cristo” y, tanto alboroto causó, que terminaron apresándola e ingresándola en un psiquiátrico. Allí escribió la epístola “¡Qué duros estos destierros!” en el que pedía la intercesión del Santo Padre. Con el beneplácito del Papa fue liberada, tras haber recibido electroshock y los sedantes necesarios, se fue a vivir a casa de su única hermana, que la acogió con cariño y cierta pesadumbre.
Vivió discretamente, escribiendo y rezando sin parar y conversando con niños, adultos y el mismo Cristo, continuó rezando y leyendo a santa Teresa y hasta su fallecimiento, bajo el efecto de neurolépticos y sedantes, mantuvo los ojos abiertos y la mirada fija al cielo, farfullando inspirados e incomprensibles poemas.
Incómoda con las normas de la comunidad, Lucrecia se salió del convento y, tras un largo peregrinaje en busca de
Escribió al Papa y al Rey, predicó y arengó al pueblo, editó sus “Conversaciones con Cristo” y, tanto alboroto causó, que terminaron apresándola e ingresándola en un psiquiátrico. Allí escribió la epístola “¡Qué duros estos destierros!” en el que pedía la intercesión del Santo Padre. Con el beneplácito del Papa fue liberada, tras haber recibido electroshock y los sedantes necesarios, se fue a vivir a casa de su única hermana, que la acogió con cariño y cierta pesadumbre.
Vivió discretamente, escribiendo y rezando sin parar y conversando con niños, adultos y el mismo Cristo, continuó rezando y leyendo a santa Teresa y hasta su fallecimiento, bajo el efecto de neurolépticos y sedantes, mantuvo los ojos abiertos y la mirada fija al cielo, farfullando inspirados e incomprensibles poemas.
Éxtasis de santa Teresa, de Sebastiano Ricci
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Vivió Y murió pareciéndose a su venerada Teresa
ResponderEliminarCreo recordar que así fue.
EliminarQue hará Dios para que se recluyan en vida?
ResponderEliminarNo sé si interviene.
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