Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 24 de junio de 2016

Linaje

Entre estos campos de pastos y árboles frutales, donde hoy se levanta el hostal, justo en este amplio salón, había un gran pajar en el que, durante mucho tiempo, trabajaron, rieron y durmieron hombres y mujeres.
Allí fue donde violaron a mi abuela, Juana la Borracha, hasta en siete ocasiones la misma noche. Fueron un peregrino, un uruguayo, un borracho, un sueco, el sacristán, un militar y el boticario. Nueve meses después nació mi madre —hija de siete padres, la llamaban unos, Juanita la Borracha, otros—: peregrina y algo pía, aficionada al mate y al alcohol, rubia y con vivos ojos azules, con gran capacidad de mando y hábil en curas con brebajes y hierbas del campo en sus ratos de ocio. Durante muchos años trabajó en el campo y cada día en la siesta y por la noche acudía a descansar al pajar.
Yo emigré pronto en busca de riquezas y harta de la monotonía de la vida en el pueblo,  pero no me fue bien y aquí estoy, de vuelta, después de tantos años sin más objetivos que despertar al amanecer y conseguir un mendrugo de pan y algo de vino para poder tragarlo. Los viejos del lugar me han reconocido y comentan entre ellos: tiene los ojos de su madre, dicen, sin atreverse a nombrar mis otros rasgos, pero sin dejar de buscar parecidos y cotillear.
Hoy me levanté temprano y, como cada día, desayuné y me tomé mi carajillo y mi copa de anís, y después me entretuve en buscar entre los clientes lo que ellos buscan en mí: parecidos y rasgos comunes. Se fueron acercando algunos vecinos y me invitaron a unos vinos y durante toda la mañana no me moví de la mesa, incluso después de comer seguí tomando una copas y hasta media tarde mantuvimos una conversación cada vez más animada en la que el peluquero, un peregrino y un turista, el dueño del bar, el hijo del uruguayo, un albañil y el médico, me contaron cosas del pueblo, con Juana y Juanita la Borracha siempre presentes, y yo les conté mis recuerdos de la infancia y de mi partida y mil aventuras más, reales unas, inventadas otras, desde mi que me fui hasta mi vuelta.
Mareada y cansada, me retiré a dormir un rato, acompañada de personitas diminutas, arañas, serpientes y fichas de ajedrez que, como es habitual últimamente, aparecen con el sueño y se van cuando me levanto y me sirvo, con las manos temblorosas, una copa de coñac.
Terminada la siesta, volví al bar y seguí mis conversaciones con los parroquianos entre risas y vinos hasta que, al ponerse el sol, me fui a acostar.


Dejé  la puerta abierta. No quería dormir sola esa noche.

Al día siguiente, de Edvard Munch.

4 comentarios:

  1. La historia repetida.
    La descripción de Juanita (ayer, por cierto, fue su santo) me gusta mucho

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  2. Una de tantas sagas, un poco especial, pero todas las sagas tienen (o tenemos) sus peculiaridades.

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  3. se repite la historia? comos animales de costumbres? la soledad es mala compañera?

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    Respuestas
    1. Bueno, todos somos fruto de unas circunstancias u so éstas no cambian y nos amoldamos...

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