Mi abuelo vivía en una habitación pequeña y sin apenas
ventilación, se había metido en la cama hacía años y, desde que se convirtió en
demonio, nadie se atrevía a entrar en la habitación, no fuera a escaparse o a
hacerle daño.
Allí vivía, sucio y demacrado y, aunque sabíamos que todo
delito cometido en la comarca estaba organizado por él, tenía un aspecto
angelical y se hacía querer. En realidad nada parecía haber cambiado, quizás
las orejas algo más puntiagudas, un persistente olor a cabrito asado y la piel
roja, pero su sonrisa y su gesto bondadoso seguía igual, por eso nadie creía
que tuviéramos en casa al demonio y tampoco nosotros lo íbamos pregonando. Le
dábamos de comer, algo de compañía y cariño, al fin al cabo era nuestro abuelo
y no creo que para él fuera fácil ser el demonio.
Por otra parte, como si fuera un pago en especies, cualquier
demanda nuestra la atendía sin demora, por ejemplo, a petición mía derrumbó la
casa del vecino y construyó una alberca y un pequeño huerto cercado con
una verja para que solo pudiéramos entrar nosotros. El vecino nos denunció,
pero cuando dijo que el demonio se había reencarnado en un abuelo en la
buhardilla de la casa del vecino y había destruido la suya, lo tomaron por loco
y lo echaron riéndose de él. No obstante, puso una demanda y llegó a juicio, aunque
el juez, también lo echó de la sala al ver que no tenía pruebas para
demostrar su inverosímil historia.
Así mantuvo nuestra confianza y aprecio. Para nosotros cada
día era más complaciente y las visitas temerosas que hacíamos al principio para
darle de comer, se convirtieron en tardes y tardes de charlas e historias.
Todos sabemos que el demonio siempre ha tenido muchas cosas que contar.
Lo vieron médicos y psiquiatras, que dijeron que estaba
demente o delirante y que no podían hacer nada por él, salvo mandarle un
brebaje para tranquilizarlo si se enfadaba. Mis padres también llamaron al
cura, éste al obispo y finalmente tuvo que venir un exorcista, que nos dijo que
no estaba poseído, sino que realmente era el demonio, y se fue y nunca más
volvió.
Nosotros, la verdad es que nos sentíamos algo avergonzados,
tanto por tener el demonio en casa como por que nos creyeran locos, y llegamos
a pedirle al abuelo que nos demostrara que era realmente el demonio. Le dijimos
que, a modo de Cristo, hiciera algún milagro, como convertir el agua en vino.
El abuelo refunfuñó y, aunque nunca había sido aficionado al alcohol, nos dijo
que siempre le había gustado tomarse o un aperitivo a las doce del medio día y,
desde entonces, del grifo de la cocina, en vez de agua sale vermut. Yo habría
preferido cerveza, pero ya solo quedaba el depósito de la caldera y, claro
está, le dijimos que no.
Hoy lo seguimos teniendo en la buhardilla que, con su ayuda,
ahora es una habitación hermosa, bien iluminada y ventilada, y aunque siempre
huele algo como a carbón quemado, es muy acogedora. Tanto es el cariño que le
hemos demostrado durante este tiempo que ya se ha olvidado de hacer
fechorías y se ha convertido en una
especie de duende doméstico benefactor de toda la región.
En el cabecero de la cama le hemos colgado un cuadrito, hecho
a punto de cruz, con la imagen de una caldera y un verso que dice:
Aquí vive mi abuelo,
por Satanás poseído,
aquí está Satanás,
por mi abuelo redimido.
La buhardilla, de Luis Rejano |
Debe ser difícil convivir con un "demoniabuelo" en el desván. Mucho más difícil es no a'rovecharse de ello.
ResponderEliminarHay demoniabuelos maravillosos y ángeles de blancas alas con dudosas intenciones.
ResponderEliminarPecata minuta ese demonio comparado con los que hay por las calles e algunas ciudaddes americanas como Orlando y otras. Vuestro demonio es un santo varón.
ResponderEliminarNada es verdad ni mentira, todo es según el color...
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