En el autobús, de Jordi Andreu Fresquet |
Despatarrado
en el asiento de atrás del autobús, como si fuera el único viajero, Manuel,
delgado y encorvado como una guindilla, con sus largas patillas, la cadena de
plata con el medallón de tamaño sartén, la camisa de flores abierta hasta el
enlutado ombligo, el pantalón celeste acampanado que dejaba asomar los botos de
Valverde, y su inconfundible olor a ajo y alpechín; vio como la pasajera del
asiento de al lado —rubia, fornida, madraza y teutona—, se levantaba, lo
estudiaba como si mirara una gamba al ajillo, le pedía permiso para salir y,
ante la falta de respuesta, pasaba y lo pisaba.
—Cucha —escupió con un palillo entre los
dientes y una lluvia de gotitas bravas por el aspecto y olor—, si me vas a
pisar písame el izquierdo que el derecho lo tengo chungo.
—No
compgenda —balbuceó la vikinga antes de bajar del
autobús.
—¿Una
cerveza, chuli? —preguntó Manuel,
apoyando el codo en la barra de la cantina, donde se reencontraron esperando el
trasbordo para continuar el viaje.
—No compgenda —respondió nuevamente la interpelada.
Se
miró satisfecho en el espejo, se recolocó la grasa del calculado flequillo, se
abrió el escote, tocó la medalla, y con media sonrisa se dijo satisfecho «eres
más apañao que un jarrillolata», y subió al autobús
impregnándolo todo de un aromático y picante pachuli.
Desde luego lo que está es bien descrito el"Manué". Me ha dejado un tufillo a ajo aceite y, quizá, algo de sobaquera.
ResponderEliminarLa historia quizá no la "compgenda" del todo.
Basado en un hecho real, aunque no fue en una estación del tren, sino en una espectáculo flamenco en el Hotel Triana. Las palabras en cursiva son casi textuales de Manuel y la Teutona, y su imagen, parecida.
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