Marina

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Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 8 de junio de 2018

El día más importante en la vida del difunto

La lectura del testamento, de Wilkie David

CAPÍTULO 1. DE LA MUERTE INESPERADA

Hace un mes era yo el que presidía esa mesa. Frente a mí, estaba mi hija y el impresentable de su marido, mi hijo y mi esposa. En la mesa descansaban la sopera, la vajilla, la cristalería y los cubiertos de plata que solo utilizábamos en reuniones muy especiales. Fue ese el día en que caí fulminado tras beber la copa de vino que me sirvió el mayordomo.
Aunque era la comidilla del barrio, los había reunido para informarles de que me había enamorado de otra mujer y quería formalizar el divorcio. Me senté en el sillón en que ahora está el dichoso notario y comencé a dar explicaciones. Lo entendieron bien e incluso, salvo mi esposa, aplaudieron mi decisión, hasta que les dije que tenía otros dos hijos con mi amante y que tendría que repartir mi patrimonio.
No fui ajeno a la mirada de odio de mi mujer, a los cuchicheos de mi yerno y a los comentarios de mis hijos. Dejé que se explayaran, que me insultaran e incluso que me amenazaran clavándome la mirada y cogiendo el cuchillo de la mesa, pero no entré  en provocaciones. Me bebí lentamente el vaso de vino que el mayordomo me había servido ante la mirada indiferente de todos los comensales.
Hoy no pueden verme. Me entretengo dejando caer una copa, o abro y cierro la puerta, emito algún sonido o, lo más divertido, me pongo a remover la sopa —aunque me llama la atención que a veces gira sola en la sopera—. Sin embargo. están tan ensimismados con las palabras del notario, que en estos instantes dice que va a leer mi testamento, —el cual, por cierto, no recuerdo haber escrito—, que no son capaces de percibir mi presencia.
Desde que supe que habían citado al notario para leer mi supuesto testamento, tuve claro que no podría descansar en paz si no arreglaba esa farsa; así que, con la ayuda de un médium amigo, cambié el documento por otro papel que leerán hoy. Estoy deseando ver la cara que se les queda.

CAPÍTULO 2. DE LAS PESQUISAS DE LA LEY

Aquel día se habían reunido el señor de la casa, cuatro familiares y el mayordomo,  alrededor de la mesa perfectamente preparada para una comida especial. El señor de la casa no estaba nervioso; era un hombre con ideas muy claras y pocos escrúpulos, cosa que no podemos decir de su familia. Su esposa, una mujer envidiosa y con muy mal fondo, se sentía peor pensando en los cotilleos de sus amigas que en los problemas económicos que pudiera acarrear el divorcio. Eran los dos hijos y el yerno los que parecían más enfadados, especialmente este último, que no dejaba de jugar con el cuchillo en la mano. El mayordomo volvió a llenar la copa del anfitrión y fue a la cocina a calentar la sopa, que se había enfriado durante la conversación.
A la vuelta, el señor se retorcía de dolor en el abdomen, había vomitado y el olor a almendra amarga no dejaba dudas, había sido envenenado.
La escena pareció repetirse el día de la lectura del testamento: la mirada de la mujer, la angustia de los hijos y la parsimonia del mayordomo preparando la sopa. El notario, que ocupaba la silla del difunto, abrió el testamento y se quedó en blanco, ante la impaciencia de la familia, que mantenían la cabeza baja mirándose entre ellos de reojo y entreteniéndose con el vapor de la sopa, que giraba como si alguien la estuviera moviendo.

CAPÍTULO 3. DE LA RECETA DE LA SOPA CASTELLANA

Llevo una hora aquí plantado, como el aparador, el  macetero o el horrible escudo de armas de la chimenea. Cada día es igual, que si la mantelería tal o la vajilla cual, que si el vino está caliente o el café frío. El señor ha muerto y nada ha cambiado. Permanezco en la esquina del salón esperando que la señora dé la orden de servir la sempiterna sopa.
Espero que el notario lea de una vez por todas el testamento, que no haya muchas broncas y que pueda servir la mesa, no vaya a ser que, como el día que murió el señor, me manden a la cocina e intenten cargarme la culpa del envenenamiento.  
Vi por fin que el notario se disponía a abrir el sobre entre platos y copas, y me acerqué a retirarlos, con la mala suerte de que una copa se cayó, incluso antes de tocarla. Le pedí mil disculpas y, tras servirle otra, me aparté. Las luces comenzaron entonces a parpadear y la sopa a girar y hervir. Todo era muy extraño, pero yo permanecí quieto en espera de órdenes que no llegaban.
El notario, tras unos minutos de silencio, se desabrochó el cuello de la camisa, se secó el sudor y empezó a leer: «Diez dientes de ajo, seis huevos, doce rebanadas de pan, ciento cincuenta gramos de jamón serrano…». Yo no entendía nada.
La sopa entonces entró en ebullición y yo la retiré antes de que salpicara a los comensales. A la vuelta, el testamento había desaparecido, había un fuerte olor a almendra amarga en la sala, todos me señalaban con mirada acusadora y se fue la luz.

CAPÍTULO 4. DE LA SOPERA Y EL CUCHARÓN

Ésta va a ser otra reunión entretenida, mi querido mayordomo, vas a traer la sopa fría, que yo la calentaré, y ten siempre las copas llenas de vino en el filo de la mesa, por si se tercia que se caigan. Tú eres inocente y te quieren cargar el muerto para borrar testigos y quedarse con la fortuna del señor, que en paz descanse.
Con la güija os entendeis fácilmente el señor y tú. El finado quiere vengarse y tú tienes que dejar ya el servilismo de tantos años y de pasearme de la mesa a la vitrina y de la vitrina a la mesa. Empieza por quitar esa cara de tonto, que hablar hablamos todos, incluidas las soperas. Comienza a servir la comida y distráelos manchándolos, mientras el señor tira las copas y hace ruidos, acércate al notario y cambia el sobre del testamento por el que hay en el aparador, será divertidísimo. Mira con atención al yerno, que no ha soltado el cuchillo desde que ha llegado, y no creas que sea para comer sopa, es el único que debe preocuparte. Tírale un vaso de agua, eso lo mantendrá entretenido.
Tómatelo con calma, van a estar al menos diez minutos en otro mundo, sin entender a que viene esa receta de sopa castellana, y el notario rebuscando entre papeles y maldiciendo a su mujer, que lo tiene que tocar todo.
Aprovecha ese momento. ordena a las lámparas que se apaguen y a la bandeja que te sirva la llave de la caja fuerte, mientras el difunto los confunde haciendo de las suyas. Cuando vuelva la luz y salgan del asombro, escóndete, quítate ese ridículo traje negro y la pajarita azul, y desaparece, cierra los ojos y espera hasta que, con tu nueva identidad de cucharón y la bendición del señor, me recojas, me montes en el camión de mudanzas, y me lleves a una nueva casa, en la que emprender una vida en común.

3 comentarios:

  1. Lo siento. Está claro que hay un contubernio, pero no termino de verlo. ¿Un equipo entre el señor y el mayordomo?¿Entre el cucharón y la sopera? ¿O un pequeño ejército fantasma entre los tres?
    Lo he leído tres veces sin sacar nada en claro, pero es que los de la científica no dejan de molestarme con el análisis del vino y de la sopa.

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  2. Lo he leído varias veces y no he conseguido enterarme si el malo era el señor, el yerno, el mayordomo o el cucharón.
    Al final pienso que hay un contubernio entre la sierra, el cuchillo del yerno y el cucharón. No sé con qué objeto.
    Por otra parte está muy bien escrito, mantiene la tensión y la intriga.

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    1. Toda historia se desarrolla en distintos momento, cada momento tiene su protagonista y cada protagonista su visión.

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