Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 13 de enero de 2017

Cena de familia

Vida nocturna, el accidente. de Everett Shinn
Todo estaba preparado para el cumpleaños de mi padre. Mi mujer me ayudaba con las maletas. Mis hijos correteaban alrededor del coche. Yo gritaba a los niños y tranquilizaba a mi mujer.
En casa de mis padres ya estaban mis cuatro hermanos. Sus mujeres ayudaban en la cocina y los niños corrían por todas partes. Mi padre iba y venía al supermercado y preparaba su discurso de cada año mientras mi madre intentaba poner orden y en un  rincón dormitaba la abuela. Solo faltábamos nosotros cuatro para cenar los veintiséis. Teníamos por delante once horas de camino, un camino conocido por carreteras de sierra.  
Emprendimos el viaje temprano. Desayunamos y almorzamos por el camino. Salimos de la autopista tras nueve de viaje, incluidas las paradas reglamentarias. Faltaban solo cuarenta kilómetros, estaba muy cansado, tenía sueño. Continuamos, ya podía ver el pueblo en lo alto del cerro. Solo treinta kilómetros. Paré a estirar las piernas. Quince kilómetros, veía el puente a los pies del cerro. Llovía y el río traía mucha agua, conduje despacio. Al entrar en el puente vi venir a un camión a gran velocidad. Me desvié. Había una balsa de agua y derrapé. No pude controlar el coche, quedó volcado en la cuneta. Salí con cuidado. No encontré a mi mujer ni a mis hijos. Quise pedir ayuda. Subí al cerro. La lluvia y el fango me impedían ir deprisa. El esfuerzo era tremendo. Me ahogaba. Llegué al pueblo. No veía a nadie. Estarán preparando la cena en sus casas, pensé. Gritaba, pero no obtenía respuesta. Me dirigí la Iglesia. Enfrente estaba mi casa. Llamé pero no abrieron. Insistí, pero seguía son obtener respuesta. Vi una ventana abierta y entré. No había nadie.  
Abandoné la casa y volví al puente. Más que correr me deslizaba por el fango. Chocaba con los árboles y con las rocas. Me hice heridas por todas partes. Veía correr la sangre por mis brazos y el pecho. No sentía dolor. Debe ser por la angustia, pensaba. Seguía corriendo. Llegué al puente.


Había mucha gente. Acababan de llegar dos ambulancias y unos sanitarios atendían a dos niños y a una mujer. Me acerqué. Eran ellos, mi familia. Estaban heridos, pero vivos. Respiré profundo y sonreí. Mis hermanos rodeaban a mis padres y las mujeres apartaban a los niños. Me acerqué a mi padre. No me saludó. Está mayor y preocupado, pensé. Todos estaban llorando. Frente a ellos un funcionario los miraba compungido. En el suelo había un cuerpo inerte cubierto por una manta plateada. Sentí un fuerte golpe. Me dolía todo. Me acerqué a la manta, me acosté y me cubrí con ella.

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