Vida nocturna, el accidente. de Everett Shinn
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Todo estaba preparado para el cumpleaños de mi padre. Mi
mujer me ayudaba con las maletas. Mis hijos correteaban alrededor del coche. Yo
gritaba a los niños y tranquilizaba a mi mujer.
En casa de mis padres ya estaban mis cuatro hermanos. Sus
mujeres ayudaban en la cocina y los niños corrían por todas partes. Mi padre
iba y venía al supermercado y preparaba su discurso de cada año mientras mi
madre intentaba poner orden y en un
rincón dormitaba la abuela. Solo faltábamos nosotros cuatro para cenar
los veintiséis. Teníamos por delante once horas de camino, un camino conocido
por carreteras de sierra.
Emprendimos el viaje temprano. Desayunamos y almorzamos por
el camino. Salimos de la autopista tras nueve de viaje, incluidas las paradas
reglamentarias. Faltaban solo cuarenta kilómetros, estaba muy cansado,
tenía sueño. Continuamos, ya podía ver el pueblo en lo alto del cerro. Solo
treinta kilómetros. Paré a estirar las piernas. Quince kilómetros, veía el
puente a los pies del cerro. Llovía y el río traía mucha agua, conduje despacio.
Al entrar en el puente vi venir a un camión a gran velocidad. Me desvié. Había
una balsa de agua y derrapé. No pude controlar el coche, quedó volcado en la
cuneta. Salí con cuidado. No encontré a mi mujer ni a mis hijos. Quise pedir
ayuda. Subí al cerro. La lluvia y el fango me impedían ir deprisa. El esfuerzo
era tremendo. Me ahogaba. Llegué al pueblo. No veía a nadie. Estarán preparando
la cena en sus casas, pensé. Gritaba, pero no obtenía respuesta. Me dirigí la Iglesia. Enfrente
estaba mi casa. Llamé pero no abrieron. Insistí, pero seguía son obtener
respuesta. Vi una ventana abierta y entré. No había nadie.
Abandoné la casa y volví al puente. Más que correr me
deslizaba por el fango. Chocaba con los árboles y con las rocas. Me hice
heridas por todas partes. Veía correr la sangre por mis brazos y el pecho. No
sentía dolor. Debe ser por la angustia, pensaba. Seguía corriendo. Llegué al
puente.
Había mucha gente. Acababan de llegar dos ambulancias y unos
sanitarios atendían a dos niños y a una mujer. Me acerqué. Eran ellos, mi
familia. Estaban heridos, pero vivos. Respiré profundo y sonreí. Mis hermanos
rodeaban a mis padres y las mujeres apartaban a los niños. Me acerqué a mi
padre. No me saludó. Está mayor y preocupado, pensé. Todos estaban llorando.
Frente a ellos un funcionario los miraba compungido. En el suelo había un
cuerpo inerte cubierto por una manta plateada. Sentí un fuerte golpe. Me dolía
todo. Me acerqué a la manta, me acosté y me cubrí con ella.
No lo sabemos. Así puede ser. Ninguno regresa (para contarlo)
ResponderEliminarTodo pasa en un transcurrir de un tiempo que no es el nuestro
EliminarSí es el nuestro. Y , si no lo es lo será
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