Habían pasado años desde que abandonó su viaje pasajero por la niñez y la adolescencia y ese día de su cumpleaños, frente al espejo se limpiaba la nariz de la estimulante nieve blanca mientras jugaba con su navaja. La lengua amarga y seca, el cenicero humeante y una botella de güisqui vacía lo catapultaron a la realidad de amanecer. En el angosto apartamento en que había dormido, sobre la mesa, un maletín lleno de billetes y papelinas. Detrás, bajo la pared tapizada de fotos de niñas desnudas, la cama deshecha y sucia y un papel con el teléfono garabateado de un prostíbulo.
Cuando el cansancio le permitió saborear la mañana y rememorar un tiempo en que fue feliz, observó con pavor cómo la esperanzadora crisálida se había convertido en humano.
Es la evolución lógica de la edad.
ResponderEliminarHay otra, más extraña, en que se evoluciona en otra dirección, la de la ilusión, la inocencia y la bondad.
Por desgracia son "habas contadas"
No todos hemos sido crisálidas esperanzadoras ni hemos seguido trayectoria tan nefasta como la del protagonista. Pienso que, a diferencia de lo que cuento y escribes, somos la mayoría los que de nuestra vida hemos hecho un transcurrir sano y positivo.
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