Laurette con un vestido verde, de Henri Matisse |
«La que con verde se atreve, por guapa se tiene». Este antiguo refrán, válido también para el género masculino, fue el que le dio la novedosa idea al gobernante: Ordenaría a la población más favorecida que se vistiera de ese difícil color. La estrategia sirvió y, en poco tiempo, con una sola mirada aérea, era capaz de catalogar a todos los habitantes según su belleza o —era una desviación estadística inevitable— el concepto que cada uno tuviera de sí mismo.
A la vista del éxito de la medida, decidió ampliarla y, dependiendo de los intereses y necesidades administrativas, dispuso que los deprimidos se vistieran de negro, los felices de blanco, los enamorados de rosa, los entusiastas de amarillo, los místicos de púrpura, etcétera. A los inestables y bipolares se les permitió, en clausula anexa, vestir de rayas y, para aquellos que tenían matices en su rasgo predominante, creó un listado de complementos —corbatas, sombreros, cinturones o bolsos—, de variados colores para su clasificación.
Un día las fuerzas de orden detuvieron a un ciudadano que se paseaba con el torso desnudo. El presidiario hoy viste de negro, y los ciudadanos usan complementos, más o menos disimulados, de igual color.
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