Nueva York, Quinta Avenida, de Joan Marti Aragonès
«Se
oye cantar al lobo en las calles de enero, y gritos de mujer en el fondo del
vaso» —pensaba el inspector John Brown asomado a su balcón del viejo bloque de
la Quinta Avenida.
El tintineo del hielo en el vaso medio vacío le devolvió a la realidad. Era el tercer asesinato de una joven desde que acabó el año, sin que tuvieran nada en común, salvo el amargo olor a güisqui que perfumaba la ropa de las tres víctimas.
Terminada la copa se puso la chaqueta y
salió a pasear por las oscuras calles del centro de la gran ciudad. Hacía frío.
Entró en el único bar que encontró abierto y pidió un Johnnie Walker doble con
mucho hielo, le dio un trago, y se quedó en silencio saboreándolo. Una joven se
le acercó.
—¿Me invitas? —preguntó.
—Claro —respondió sin levantar la cabeza.
—¿Estás solo?
—Sí.
La trompeta de Louis Armstrong edulcoraba la oscuridad
del local.
—Hace mucho frío ahí fuera, ni los perros
se atreven a salir ¿Me das un cigarro?
—Los perros no —contestó en inspector
mientras buscaba la pitillera—, pero los lobos sí salen.
—¡Anda ya! Aquí no hay lobos, y si los
hubiera serían de los de dos piernas y un güisqui en la mano.
—¿Te dan miedo los lobos? Si quieres te
acompaño a casa.
—Vale, pero no me cuentes historias —dijo
esbozando una sonrisa infantil y coqueta.
—Venga.
Se abrigaron y salieron abrazados para combatir el
frío de la noche. El abrigo rojo de ella olía a güisqui.
«Se oye cantar al lobo en las calles de enero, y gritos de mujer en el fondo de mi vaso» —pensó el inspector Brown asomado a su balcón del viejo bloque de la Quinta Avenida.
Hoy se oye cantar al lobo en las calles de febrero, pensó el inspector Peskov asomado a la terraza de Kiev.
ResponderEliminarEl vodka solo y la música de Tchaikovsky no necesitan hielo en estas fechas.
Sólo balas.
Lobos siempre habrá, la pena es que siempre habrá corderos para alimentarlos.
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