Marina

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Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 22 de mayo de 2020

Conversaciones en la barra de un bar - IV: La cena

Veinte Marilyns, de Andy Warhol

El bar, un restaurante de carretera, sucio y con un espeso olor a aceite refrito, estaba prácticamente vacío, el anciano camarero de gran giba, mandil sucio y pies planos, servía a dos borrachos coetáneos, su única clientela. Me senté en una banqueta en el extremo da la barra y me pedí una cerveza y un bocadillo de chorizo, que el camarero me sirvió diligente tras mirar su reloj. «¿Me invitas?» —preguntó una voz melodiosa y sensual a mi derecha—. Volví la cabeza sorprendido y allí estaba ella, Marilyn Monroe, que  me miraba fijamente.
            Asentí por educación y, tras presentarme, para romper el hielo, le pregunté si lo suyo había sido un accidente, un asesinato o un suicidio. Me dijo que no lo sabía, que al morirse había olvidado todo y solo recordaba un largo túnel con una luz al final.
            Le ofrecí algo para picar, me dijo que no, que le encendiera el cigarro, mientas se sujetaba con las dos manos la falda que, a causa de la corriente que salía del patio interior, se había convertido en una gasa volátil y enseñadora. Yo estaba extrañado, a nadie le llamaba la atención su presencia, salvo al camarero, que se agachó disimuladamente acoger unos cubiertos que se la habían caído.
            Terminé la cena y salí apresurado para evitar las miradas de los otros clientes.
            —«¿Quién me va a creer que he cenado con Marilyn Monroe?» —me dije sin volver la vista.
            —«¿Usted sabe si me mataron, o fue un accidente, o un suicidio?» —escuché que le preguntaba al camarero, que seguía cogiendo cubiertos del suelo.

2 comentarios:

  1. Al parecer no todo lo borra la muerte.
    Queda la curiosidad que la vejez no haya borrado antes; este no era el caso.

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    1. No todo lo borra la vejez. Las batallitas son su mayor tesoro.

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