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Baños Árabes, Jaén |
Desde
que trabajaba en los Baños Árabes como guía, cada mañana, antes de que llegaran
los turistas, entraba a ver si todo estaba en orden, y la encontraba sentada en
la Sala Templada, cubierta con el hijab,
mirándolo con sus intensos ojos ambarinos. Nunca pudo hablar con ella, pues
nada más verlo corría entre las columnas para desaparecer en la Sala Caliente.
A
la pequeña la abandonaron hace más de nueve siglos —los ojos amarillos son cosa
del demonio, dijeron—, y desde entonces vivía enclaustrada en la alcoba de la
Sala Fría, de donde solo salía, cuando el alba entraba por las estrellas de la
cúpula, para rezar sus oraciones. A veces la sorprendía un hombre con un
extraño atuendo azul, que se quedaba parado en el vestíbulo y la seguía con su profunda mirada rubí, mientras se escondía en las calderas.
Una
noche el guía se quedó escondido en una de las calderas esperando que la niña
saliera.
—Llevaba
siglos intentado recuperarte —interrumpió a la pequeña, clavándole los ojos
rojos—. Ven a las calderas.
—No
sé quién eres —replicó.
—Da
igual, nunca abandono a nadie de mi estirpe.
El
guía desapareció y se llevó con él el secreto de la pequeña fantasma. A veces,
en los baños, se oyen gritos y un extraño olor a azufre procedente de la
caldera lo envuelve todo.
Sobrecogedor relato. Todo monumento tiene alguna historia que contar, mucho más si es milenario.
ResponderEliminarJosé Carlos.
Los fantasmas, como nosotros, tienen sus casas, sus vidas y sus recuerdos, y no les gusta desprenderse de ellos.
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