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Jardines de Forestier. Castilleja de Guzmán |
Fue
la comidilla del barrio. Todos, adultos y niños, se acercaban a ver al ñandú que,
sentado en un banco del parque, leía tranquilamente el periódico que un vecino
se había olvidado. Al cabo de los días, el ñandú comentaba las noticias e
informaba a los parroquianos de los cambios sociales y políticos que se
avecinaban. Tanto fue su predicamento que le permitieron alojarse junto a su
familia en la antigua casa del guarda. Cientos de curiosos venían a verlo y
escucharlo, más aún cuando el grupo fue aumentando a costa ágiles avestruces,
curiosos emúes y kiwis, estos últimos muy apreciados por sus oráculos. Sus
temas de lectura y conversación favoritos eran las migraciones, la biblia, la historia
de la humanidad y la teoría de la evolución de
Darwin,
muy discutida. La población aumentó tanto que el Ayuntamiento decidió quitar
las macetas y cortar todas las plantas y setos, dejando solo los árboles que
dieran sombra, para sí facilitar la vida de las grandes aves, que poco a poco
se multiplicaron y empezaron a expandirse ante la falta de espacio. Al parque,
antiguamente de Santa María, le cambiaron el nombre por el de Jardín de las
Aves.
Un
día, pasados los años, una nutrida reunión de ñandúes, observó con curiosidad
que un hombre se había sentado en un banco, a la sombra de una jacaranda. Poco
después fue una familia, con sus libros los que entraron en el parque, y más
tarde algunos vecinos. Ante esa situación, se reunió el consejo de aves y
decidieron confiscar los libros y expulsar a los humanos, no fueran a colonizar
el jardín.
Lo cierto es que al colonizado le encanta colonizar, al oprimido oprimir, y al dominado dominar. Todo es cuestión de ciclos. Unas veces arriba, otras abajo.
ResponderEliminarJosé Carlos.
Es una lectura, pero tengo la le ve esperanza de que no sea siempre así.
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