Die Philharmoniker, de Max Oppenheimer
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Su afición por el vino lo había convertido en un indigente.
Solo conservaba un viejo violín con el que cada día tocaba su sonata número uno
—Martina— que había compuesto años atrás.
Se despertaba cada mañana con Radio Clásica para escuchar el
programa "Sinfonía de la mañana", en el que contaban la vida y
anécdotas de compositores de todos los tiempos.
Un día notó que el presentador, en vez de hablar en tercera
persona, se dirigía a él de forma imperiosa: “Llevas años tocando tu sonata, ya
es hora de que se conozca, te espero en media hora en la emisora”.
No lo dudó, se levantó, se vistió y salió corriendo,
mientras sus compañeros del albergue se reían de él y escondían el casete en
que habían grabado el mensaje.
Al llegar a la emisora, fue tal su insistencia que consiguió
entrar y que le permitieran interpretar su sonata. El director le programa
quedó tan impresionado que le prometió que, de forma excepcional, la utilizaría
como sintonía del próximo programa.
Al día siguiente, a las ocho en punto, mientras sus amigos
del albergue escuchaban la radio asombrados, él dormía con una sonrisa y un
lento movimiento de su mano derecha.
Su merecido minuto de fama que desaprovechó años atrás y se quedo en. ..minuto
ResponderEliminarProbablemente sabía que tenía una joya, la disfrutó preparándola, tocándola, escuchándola y recordando. Todo eso da de sí un minuto de gloria.
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