Terminada la misa, salió don Ramón, el cura párroco, junto a a Juana, la ramera más conocida del pueblo, la abrazó, la besó, y se
quedó mirando a la plaza.
Los más viejos comenzaron a murmurar y las mujeres a
santiguarse y a hacer como si se fueran escandalizadas, pero sin moverse. Fue
entonces cuando alguien desde el fondo de la plaza, tiró una piedra y don Ramón
cayó al suelo desvanecido. A esa primera piedra le siguieron muchas hasta que don
Ramón y Juana, tendidos en el centro de la plaza sobre un charco de sangre,
murieron.
Hoy nadie habla de ello, solo algunos se quejan de que el
obispado se ha negado a mandar a un cura y de que ya no se celebran misas en el
pueblo.
La lapidación de los ancianos, de Maarten van
Heemskerck
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Hubo -hace tiempo- otra persona que besó a una prostituta e, incluso permitió que le lavara los pies y los secara con su cabello.
ResponderEliminarLos cátaros la consideran mucho más que una prostituta
La capacidad para olvidar y justificar es tremenda y la facilidad para tapar las propias vergüenzas, de desviar las responsabilidades con reclamaciones, justificadas o no, mayor aún.
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ResponderEliminarMuchos libres de pecado habia en ese pueblo. Hipócritas.
ResponderEliminar... y en muchos pueblos y ante muchas circunstancias.
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