Roberto fue un buen estudiante, perteneciente a la parroquia
de su barrio y muy activo en asociaciones benéficas, un orgullo para sus
padres, que siempre lo definieron como una buena persona. Constante y
trabajador, incluso algo servil, no tuvo problemas para encontrar el puesto que
ahora ocupa en la pequeña oficina en que desarrolla su labor, con discreción y
respeto de sus compañeros.
Como cada mañana se levantó incómodo, con una sensación
extraña. Su cuerpo era gordo y peludo, pero se movía sin dificultad y con una
rapidez asombrosa con sus cuatro ágiles patas, y en su cabeza húmeda y viscosa
destacaban unos tremendos ojos saltones y una lengua larga y viperina. Se
podría decir que era una mezcla de rata y víbora.
Sin pararse más, se vistió con pulcritud y comenzó su
trabajo, ejecutando los desahucios programados y su labor de prestamista, que
hacía con pocos escrúpulos y con una sonrisa que ocultaba chantajes, amenazas o
agresiones, que no dudaba en utilizar para conseguir sus objetivos.
Al llegar a casa se miró al espejo y entonces notó cierto
cambio en su aspecto físico. Puede que su
rostro algo cansado, una mancha en la chaqueta o que tenía mal puestas las
gafas. No le dio importancia, cenó y se acostó temprano, asegurándose antes de haber
planchado bien su piel de cordero.
Hombre Lobo, de Lucas Cranach, el Viejo
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¡Joder con Roberto!. ¿quién se lo iba a esperar?
ResponderEliminarMezcla de rata, víbora y...banquero
Rebuscando por los "fondos de armario" nos encontraríamos muchas sorpresas.
EliminarEsos espécimenes los hay en todas profesiones. Demasiados. Viven para trabajar e intentan que sus subordinados hagan lo mismo. Son tóxicos y deberían tomar de su propia medicina
ResponderEliminar...Y se creen que nos engañan. Ya caerán.
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