Al bueno de don Fernando, con la edad, le había dado por
rememorar su pasado y recopilar todo
aquello que le trajera recuerdos —buenos
o malos— de sus años de lozanía. Ya
hacía tiempo que había visto los setenta años y sus bronquios quejumbrosos
dejaban pasar el aire con la dificultad propia de un buen fumador de Celtas y
Goyas. Tanto los años como los bronquios le hacían que quisiera aferrarse a sus
mejores días y no ser recordado como un anciano achacoso, sino como el
empresario que había levantado el bar en el que ahora echaba sus profundas
bocanadas de humo, entre sorbos de vino, toses de buen fumador y sueños de buen
hombre.
Por su carácter hosco e introvertido, se había ido quedando
cada vez más aislado en ese pequeño pueblo castellano en el que las casas, la
iglesia, los campos y la gente eran un todo ocre y duro. Añoraba sus correrías
infantiles, las persecuciones a las jovencitas que iban despertando sus
instintos entre faldones, velos y camisolas y las borracheras con los amigos, pero
a don Fernando le gustaba, sobre todo, recrearse en el tierno recuerdo de
Marcial, su confidente, su apoyo, su amigo del alma.
Marcial nunca había despuntado en nada, no era atractivo ni
culto, no era rico, no era querido por su padre ni disfrutaba del cariño de una
madre, ya que ésta murió en el parto del que sería su único descendiente. Su
padre nunca llegó a perdonarle esa muerte y se la recordaba constantemente,
como si hubiera sido él el culpable. Conforme fue creciendo, Marcial fue
desarrollando un carácter sensible y tierno, aunque también muy introvertido y,
por los motivos que fueran, se unió como una piña a su amigo Fernando. Solo al
llegar la adolescencia Marcial fue capaz de despuntar en algo: su espíritu
libre e independiente y su carácter desprendido y solidario, además del poco
apego a lo material (de lo que, por otra parte, carecía), lo convirtieron en un
abanderado del incipiente y activo movimiento revolucionario de la república.
Se entregó en cuerpo y alma a la lucha y dedicó todos sus esfuerzos a unir al
pueblo contra los abusos de los terratenientes, lo que le facilitó un gran
prestigio en distintas capas sociales y en varias localidades de la región. Al
estallar la guerra, Marcial luchó denodadamente por sus creencias y sus
intereses y decidió tomar el bar de Fernando como base de sus acciones, con la
seguridad de que su buen amigo lo protegería si llegaban momento difíciles en
la lucha.
Tras quince días de odios desmedidos y dolorosos entre los
que ahora eran dos bandos irreconciliables, Fernando le pidió, en medio de su
habitual partida de dominó, que le hiciera el favor de abandonar el bar, ya que
no comulgaba con sus ideas y además, estaba perdiendo su clientela más fiel.
Ambos se enfrascaron en una agria discusión en la que se habló de sus ideales,
del futuro y del pueblo, pero en la que también salieron a relucir su pasado
común, sus padres, sus riquezas, sus miserias y todo lo que un día les unió y
ahora parecía que era otro motivo de disputa. Al final Marcial, en uno de los
gestos de ira habituales en él, derribó la mesa en la que habían jugado,
hablado y discutido y se fue con sus compañeros entre gritos revolucionarios,
apagados por el estruendo de los vasos y las fichas de dominó que caían al
suelo como final de una partida que quedó pendiente para siempre. Hecho el
silencio, Fernando abrió nuevamente el bar, no sin antes limpiarlo, recoger los
vasos y guardar las fichas de envejecido marfil. Una época había muerto y todos
lo sabían en el pueblo.
Pasados los años, recordaba don Fernando estos
acontecimientos un lluvioso día de otoño, aprovechando que el bar estaba vacío
y tenía tiempo para rebuscar entre las cajas y los arcones que el tiempo había
ido amontonando. Se entretuvo repasando revistas viejas, el uniforme con el que
luchó en el lado nacional, un reloj parado con la foto de su madre en el
reverso de la tapa, una cajita llena de medallas y escapularios, una caja de
madera enmohecida, con un juego de dominó de pesadas fichas de marfil y otras
múltiples baratijas. Todos y cada uno de los objetos encontrados le traían
recuerdos que revivía con verdadera pasión. Encendió un Ducados preguntándose
qué habría sido del bueno de Marcial, del que hacía más de cuarenta años que no
sabía nada, y se entretuvo guardando maquinalmente las fichas de dominó en su
caja: “blanca doble, blanca pito, blanca dos...” y cada golpe del marfil en la
madera era un golpe del tiempo en su alma: “mi padre, mis amigos, mi
pueblo...”. Cuando iba a llegar al seis doble, se recreó con añoranza en el
recuerdo de aquel Marcial indómito que, en un momento de ira, cuando iba a
comenzar la partida con ese seis doble que ya nunca pudo encontrar, tiró la
mesa y la amistad de tantos años, en una discusión de la que él jamás llegó a
arrepentirse.
En esto estaba cuando entró un rayo de luz que le hizo
levantar la vista, y pudo ver como se movían las tiras de colores que, a modo
de cortina, cerraban el bar al calor sofocante del atardecer castellano. Una
mano anciana y firme entró en la penumbra del local y tras ella el rostro
bonachón de un pasado que volvía a reencontrarse con sus raíces. Marcial entró
despacio y bondadoso y se acercó a la mesa en que la que don Fernando no
terminaba de saber si estaba despierto o si era un sueño que se había apoderado
de la realidad, en esa sobremesa en la que el pasado se había hecho presente
junto a los recuerdos de la bodega.
Sin decir una palabra, se miraron y abrazaron, Marcial se
sentó en su silla de siempre y miró fijamente a los ojos de don Fernando. No
hubo preguntas ni reproches, no hablaron del pueblo, ni de los parientes que
quedaban o se habían ido, no indagaron nada uno del otro, sólo se miraron
durante una eternidad condensada en escasos segundos.
Marcial se metió la mano en el bolsillo interior de la
chaqueta buscando algo y dijo: "Sale el seis doble". Tras un golpe
seco en la mesa, don Fernando puso el seis cuatro y la partida siguió.
Alrededor, un silencio de siglos, más sincero, intenso y gratificante que
nunca.
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Dominó, de Francisco Lorente
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Este microrrelato mebpuede sonar? Así son los verdaderos amigos, no hacen preguntas y si.plemenye siguen con la conversación... Como decíamos ayer. Me gusta mucho el relato y la buena amistad. Por fin un micro relato alegre y largo. Jijiji
ResponderEliminarComo decíamos ayer...
ResponderEliminarHay muchos más "como decíamos ayer" de lo que pensamos.
ResponderEliminarGracias por tu comentario.
No existe el tiempo, existen personas, lugares y afectos (afectos, cariños, amistades, deseos... amores) que no cambian
ResponderEliminarEl tiempo es el gran moldeador de los recuerdos, los selecciona, los limpia y los hermosea. Si no merecen la pena, los olvida y, si son negativos, los pule con un manto de justificación.
EliminarEl problema es cuando no se pueden pulir con justificaciones y siguen apareciendo y atormentando, apareciendo la ansiedad, la angustia y la depresión. Uff
EliminarSe pulen, con tiempo y voluntad, se pulen.
EliminarPrecioso relato. ABRAZOS.
EliminarGracias. Es un relato al que le tengo mucho cariño.
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