Dejó su platillo volante en un aparcamiento cercano y se sentó junto a mí en su sillita de playa. Me llamó la atención su color verde aceituna, pero al decirme que era de Marte lo entendí. Me contó que había venido a la Tierra a pescar porque en su planeta no hay agua. Sacó la caña y los aparejos y puso el cebo en el anzuelo. La carnada era tan apetitosa y estaba moldeada de tal forma que los peces no se podían resistir. Yo me quedé mirando para internar copiarla, pero finalmente sucumbí a la tentación y piqué.
La nave se elevó y desde entonces dos sillas vacías envejecen en la orilla del río.
Trampa similar al palo y la zanahoria.
ResponderEliminarAl ser humano basta con ponerle un azucarillo en la boca y empice a salivar. A partir de ahí todo es posible. Y fácil.
Coméntaselo a los que votamos en las elecciones.
Siempre habrá alguien, cercano o lejano, amigo o enemigo, bueno o malo, interesado o desinteresado, que ponga la zanahoria, y siempre tendremos la libertad (o no), la conciencia (o no) y el conocimiento (o no) para cogerla (o no).
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