En un tiempo lejano, muchos valientes habitantes del tercer mundo, empujados por el hambre y la necesidad de supervivencia, se mutaron a peces ante le indiferencia e incluso la satisfacción de la población.
Los llamaron los pezombres, y los fines de semana iban a buscarlos entre los juncos, donde los alimentaban de despojos, y se los enseñaban a los niños, que disfrutaban echándoles de comer.
Pasado el tiempo, la gente perdió el interés y los pezombres comenzaron a pasar hambre y subieron en masa a tierra a buscar comida. Los hombres, alarmados ante la avalancha, gritaban «nuestra civilización de resquebraja, está en peligro» y, ante lo que consideraron una invasión, los persiguieron con ahínco y ensañamiento, pero ellos supieron defenderse y seguir luchando por su supervivencia, y tantos eran y tan voraces, que acabaron con todo lo comestible.
El último humano que sobrevivió a la hambruna generada por la invasión y sus luchas intestinas grabó en una roca «reparte tu pan, no tu hambre», y un pezombre replicó debajo «la maldad, más temprano que tarde, tendrá replica».
El problema es que en demasiadas ocasiones la maldad tiene recompensas a corto y medio plazo.
ResponderEliminarPoco importa lo que ocurra con las generaciones venideras. ¡Total, ya no estaremos aquí!
Ana Belén, en su canción "Yo también nací en el 53" nos dice a final del siglo XX, después de hablar de sus sueños:
EliminarNo me pesa lo vivido
Me mata la estupidez
De enterrar un fin de siglo
Distinto del que soñé